Contagiar Rocío
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- Categoría: ARTÍCULOS
- Publicado: 01 Octubre 2014
- Escrito por Periódico Rociero / Sonia López / Toledo
El pasado domingo, tras escuchar ensimismada una profunda homilía en la celebración de la Eucaristía, teniendo muy reciente la Sabatina de mi Hermandad y compartiendo una comida con unas personas extraordinarias a las que acababa de conocer pero que al mismo tiempo me hacían sentir tan a gusto (quizás por denominador común de la fe que nos une) y tras conversar sobre lo divino, lo humano, la cercana Semana Santa… acabamos hablando de Ella, de la Virgen del Rocío y del Pastorcito Divino. Con semejantes anfitriones, bien podéis haceros una idea de la sobremesa que disfrutamos.
Hablamos sobre lo que transmite la imagen, sobre los caminos para llegar a Ella, de su procesión, de su pueblo, … comentamos los prejuicios con los que algunos van a la romería, las fuertes conversiones que provoca la Virgen, … compartimos fotos con el móvil…Ella, Ella, Ella…
He de decir que éramos mayoría los devotos de la Virgen del Rocío, alrededor de esa mesa aunque no todos hubieran asistido a la procesión el Lunes de Pentecostés, pero sin duda, contagiamos a la minoría de nuestro entusiasmo hasta el punto que uno de ellos soñó con la Señora esa misma noche, tal y como me contaron al día siguiente.
Hace dos semanas se cumplían cinco años de la partida de Juan Pablo II a las marismas eternas y con aquella frase de “Que todo el mundo sea rociero”, nos apremiaba a hacer de nuestra romería una “escuela de vida cristiana, en la que, bajo la protección maternal de María, la fe crezca y se fortalezca”. Tenemos el compromiso de ahondar en el misterio de María con la oración constante, la ayuda de los Sacramentos, la escucha de la Palabra de Dios y no quedarnos en lo superficial. Sólo siguiendo este camino conseguiremos encender los corazones de otros en amor a la Virgen, tal y como decía un mensaje de texto, que recibí emocionada en mi móvil a la mañana siguiente.
La única vacuna contra este contagio es la cerrazón de mente y corazón o el no haber sido obsequiados con lo mejor que Dios pudo regalarnos: el don de la fe.