Verdadero prodigio

Nuestro agradecimiento a Don Antonio Díaz de la Serna y Carrión por facilitarnos estas joyas de artículos históricos a los que dedicamos cada sábado en nuestro Periódico Digital Rociero

El hecho que describo ocurrió el 8 de agosto del año 1956

Marchaba yo en un tractor al sitio de este término municipal de Almonte, llamado Guayules. En uno de los baches del camino caí de lado, y uno de mis compañeros llamado Alfonso Aragón me sujetó por un pie con idea de echarme fuera de la rueda, pero esto no fue posible por quedar el otro pie enganchado en el acelerador de mano. El conductor no podía frenar, el cuerpo del que me llevaba sujeto por el pie tapaba el freno por completo.

Imposible describir los momentos de angustias. Todavía no nos explicamos cómo la rueda delantera no aplastó mi cabeza, que fue virtualmente debajo de ella en un recorrido de veinte metros. En estos minutos interminables pensaba en la próxima venida de la Virgen a Almonte, en mi familia, que con tanta emoción la esperaba, y en la pena que le causaría verme entrar muerto y destrozado, y un ¡sálvame, Madre del Rocío! Pronunciaron mis labios mientras recordaba que siempre llevé una medalla en el sombrero. De repente el tractor, a causa de la mucha arena -¡benditas arenas del Rocío!- empezó a detener la marcha hasta quedar completamente parado.

Cuando pude ponerme de pie, mi cabeza no había sufrido ni el más leve rasguño, pero del lado del pantalón que había rozado sobre la rueda no quedaba nada, ni las hilachas, y tenía una quemadura en la piel por el roce de la goma, que empezaba un poco más debajo de la cintura, y terminaba en el tobillo, pero sin importancia. La Blanca Paloma me había salvado.

Doce días después la Stma. Virgen salía de su Ermita para nuestro pueblo y el imán, que para mí siempre tiene su bendito paso, en aquella noche era más poderoso. No pude separarme de él.

Entre los muchos obsequios que tiene la Celestial Señora de sus devotos, figura un guardapelo en forma de corazón de oro de ley con una esmeralda y once diamantes como recuerdo del agradecimiento de mis padres por tan gran prodigio.