Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único

Compartimos un texto de San Francisco de Sales para ayudar a la reflexión de las lecturas de la misa de hoy.

¿No podía Dios proveer al mundo otro remedio que la muerte de su Hijo?...Seguramente, y podía redimirnos por mil otros medios que por la muerte de su Hijo; pero no lo quiso así, puesto que lo que era necesario para nuestra salvación no lo era para saciar su amor. Y para mostrarnos cuanto nos amaba, ese divino Hijo murió en la cruz, que es la muerte más ruda y vergonzosa.

¿Qué nos queda entonces, cual consecuencia podríamos sacar de esto, sino que, puesto que murió de amor por nosotros, nosotros podríamos también morir de amor por él, o, si no podemos morir de amor, al menos que no vivamos de otra manera que por él…? Es por lo que el gran san Agustín se quejaba: «Señor, se exclamaba, ¿es posible que el hombre sepa que has muerto por él y que no viva para ti?» Y ese gran enamorado, san Francisco: «Ah, decía sollozando, ¡moriste de amor y nadie te ama!»…

No hay otra redención que en esa cruz. ¡Oh Dios, que gran utilidad y que provecho para nosotros el contemplar la cruz y la Pasión! ¿Es posible contemplar esa humildad de nuestro Salvador sin volverse humilde y sin amar las humillaciones? ¿Podemos ver su obediencia sin ser obediente? Oh no, ciertamente nadie ha mirado jamás a nuestro Señor crucificado y ha permanecido muerto o enfermo. Al contrario, todos los que mueren, es porque se rehúsan a mirarlo, como aquellos de entre los hijos de Israel que no quisieron mirar la serpiente que Moisés había elevado sobre el mástil.