Gubias de este Rocío labrado en mi corazón

Cuando ya por fin puedo ponerme a escribir estas líneas sin que la emoción me embargue y tenga forzosamente que dejar a un lado el teclado, quisiera dejaros un ligero esbozo de lo que las gubias de El Rocío han labrado este año en la talla incompleta de mi corazón.

Buenos amigos, buen ambiente, sevillanas cantadas con toda el alma para la Señora; lágrimas que dejaban surcos gloriosos en unas caras que el polvo del camino se encargó de curtir; noches interminables en las que la oración de una guitarra marcaba el paso de las horas y una aurora triunfante nos marcaba el anhelado momento de volver a caminar; enjuagarse la cara en una palangana y que ese agua lustral tuviese la virtud de llevarse el cansancio acumulado; un simpecado de plata que, a semejanza de la Estrella de Belén, con su refulgir nos guiaba a través de senderos centenarios hasta las mismas plantas de Nuestra Madre; unas estampas únicas e irrepetibles en un camino vivo, donde los sentidos se agudizan y pueden percibir esa inexplicable vibración que nos rodea cuando emprendemos esa senda hacia María; compartir todo lo que se tenga, tener siempre una mano tendida para el que llega; sentir cómo se respira El Rocío, cómo paladeamos El Rocío, cómo absorvemos El Rocío por nuestra piel, cómo oímos el Rocío y por supuesto, cómo lo vemos, pero lo que es más importante, cómo El Rocío que llega por nuestros sentidos también nos llega al mismo corazón y colma nuestra alma con ese agua viva que Jesús nos anunciara.

Todo esto, y mucho más, ha sido mi camino rociero con mi Hermandad de Sanlúcar, que Dios guarde.

Ilusión, los nuevos rocieros, los bautizos, la primera vez, el primer camino y otro camino que comienza, tener presente al que este año ya no viene a la vez que se va instruyendo al que está descubriéndolo, las tradiciones de todos los años y nuevos ritos que comienzan.

Devoción, en forma de sevillanas, de salves, de plegarias, de oraciones, de silencios sentidos, de lágrimas devotas, de velas que crepitan en la noche de Doñana, de rosarios y ángelus, de hombres y mujeres que dejan sus casas para llegar hasta Ella.

Y llegar, siempre llegar ante Ti, y no tener explicación para esas lágrimas que surcan mi rostro, y abrazar a mis hermanos, y que sus lágrimas empapen mi camisa sucia del camino, y rezarte, y pedirte, y quererte, y mirarte ...

... Y querer que mi voz rota de cantarte se recupere para poder otra vez partirla elevando esas oraciones que mi tierra Te canta.