La que nunca nos olvida

Decimos que “es de bien nacidos ser agradecidos” y justo porque le estoy muy agradecida a la Directora de Periódico Rociero, escribo este artículo que al lado de muchos que he leído va a ser muy poca cosa, pero a ella no se lo podía negar.

Hace más de veinte años fui al Rocío por primera vez en unas vacaciones de verano que pasamos en Matalascañas, muy cerca del Rocío.

Fue un día de calor pegajoso y no es que tuviera ganas de ir pero el resto lo había planeado y allá que fuimos.

No había móviles y si lo había yo no lo tenía y tampoco ninguno de los que iban. Pero nada más llegar al Rocío pregunté si había una cabina de teléfono porque me acordé de mi hermana, que siempre tuvo el deseo de ir a ver a la Virgen y yo sentía la necesidad de decirle que iba a entrar a verla.

Estando delante de Ella recordé a toda mi familia, pero mi hermana se me venía al pensamiento y sobre todo me dio por acordarme de las veces que habíamos discutido y peleado, porque durante un tiempo nuestra relación era preocupante y de cada cuarto de hora, solo había un par de minutos de paz, porque el resto los perdíamos en las discusiones más tontas y ridículas.

Yo intentaba pensar en otras cosas pero otra vez recordaba las peleas con mi hermana de las que siempre la culpaba a ella pero, no sé por qué, miraba a la Virgen y era como si me dijera que la culpa de muchos de nuestras broncas eran mías. No tenía sentimiento de culpabilidad pero sí de arrepentimiento y también de una especie de paz muy grande, tanto que se me bajó la tensión y aunque todos pensaban que era del calor solamente yo sabía lo que estaba sintiendo.

Cuando me recuperé, resulta que un Sacerdote jovencito iba a celebrar Misa y había poca gente en la Ermita, solo un pequeño grupo de personas con las que él iba. No es que hubiera Misa a esa hora, pero el caso es que yo quería quedarme a esa Eucaristía y me acerqué al joven Sacerdote a preguntarle si no tendría un momento para confesarme para poder Comulgar, cosa que no hacía ya no sé ni el tiempo. Entonces me dijo que me confesaba después y que comulgara tranquilamente.

Lo hice como me había dicho y la confesión fue lo más impresionante que me ha podido pasar en la vida. Después me he confesado otras veces, pero ese día y a ese joven cura no lo olvidaré nunca.

Al llegar a Matalascañas busqué un teléfono, llamé a mi hermana, le dije lo mucho que la quiero y lo que la necesito y le dije también que cuando llegara a casa teníamos que hablar. Ella se asustó pensando que me pasaba algo malo, incluso me preguntó si tenía alguna enfermedad grave y no se lo había dicho y le dije que no, que todo lo contrario, que me había curado, pero que no podíamos dejar esa conversación pendiente.

Desde luego el cambio que se hizo desde entonces en mi vida fue brutal, pero para bien.

Nuestra charla fue inolvidable. ¡Me estaba perdiendo a mi hermana! Pero eché el freno a tiempo, la Virgen me enfrentó a mi realidad y cuando dije la palabra “perdóname” me quité un peso de encima que aunque os parezca mentira me hizo vivir una alegría tan distinta que me cambió todo y no os podéis imaginar de qué forma desde aquel instante.

Pensaréis que desde entonces no he faltado a la romería o algo así. Pues no. Fuimos a la Romería del Rocío dos años después de haber tenido esta experiencia, (mi hermana también), y desde entonces no hemos vuelto a ir, más bien creo yo que la Romería viene a mi casa, a nuestras casas. Hemos visitado a la Virgen alguna vez, pero en días normales y siempre hemos intentado que coincidamos mi hermana y yo en las fechas porque desde ese día nunca nos hemos olvidado de la Virgen pero la Virgen del Rocío tampoco nos ha olvidado a nosotras, a nadie de mi familia

Puedo decir, porque lo he vivido yo, nadie me lo ha contado, que el Rocío es una experiencia de perdón muy grande y que a raíz de pedir perdón o perdonar suceden cosas que ni imaginamos. A mí me ha pasado y le estaré agradecida hasta que me muera a la Virgen del Rocío.