Rocieros… Turistas… Curiosos…

Dentro de la Revista “Rocío” de abril de 1959, en la sección “problemas rocieros”, Serafín Márquez publicó el artículo que hoy les compartimos a nuestros lectores de periodicorociero.es y que, como cada sábado, ha sido seleccionado por nuestro colaborador y amigo Antonio Díaz de la Serna y Carrión.

A todas las romerías que se celebran por esos mundos, movidas siempre por la piedad del pueblo cristiano, acuden numerosos fieles a postrarse a los pies de la imagen objeto de sus amores. Pero es, sin duda, a la romería del Rocío a la que más romeros acuden, atraídos por el resplandor y dulzura incomparables que emanan de esta Santísima Madre del Rocío. A todos los que allí llegan el Domingo de Pentecostés, se le denomina con el nombre de rocieros. Pero ¿son, en verdad, todos, auténticamente rocieros?

Ser rociero es no poder vivir sin la Virgen María; es amarla sobre todas las cosas; es ofrendar la propia vida a Ella, en esa advocación tan extraordinariamente esperanzadora del Rocío; es sentirse hijo suyo y recurrir constantemente a su amparo y protección; es, en fin, la felicidad y la alegría sumas, venidas por María.

De aquí que el rociero sienta la necesidad imperiosa de acudir el Domingo de Pentecostés a la aldea, desde donde Ella, en humilde trono, reina, para estar a su lado y recibir por mediación de su Madre del Rocío, el rocío de la Gracia del Espíritu Santo. Y, así, lleno de esta Gracia, siente alegría inmensa que tiene que exteriorizar como sólo sabe hacerlo el pueblo andaluz. Todos sus actos en estos días son, pues, un constante regocijo y agradecimiento por tanto bien.

Este rociero no sólo siente la necesidad de acudir a la Ermita este día de fiesta grande, sino que va a ella siempre que puede, porque necesita a u Virgen del Rocío con constancia. Participa con Ella de las alegrías y tristezas que la vida le depara, y hace de Ella faro y guía en el penoso caminar por esta vida, dulcificándola con amor.

El otro, el que acude a la Romería y no pasa siquiera a rezarle una Salve, el de incorrecto comportamiento, éste, no es rociero; es simple turista o curioso que acude, atraído por la autentica alegría rociera y, escudándose en ella y en el tipismo excepcional de la fiesta, hace orgía o diversión donde sólo cabe oración y presencia de Dios y su Divina Madre.

Este turista o curioso, que a veces luce buen sombrero de ala ancha y mejor caballo, no es peligroso a la Romería; solo molesta un poco por el escándalo que puede dar. Pero pedimos a Dios que, aunque sólo lo llevó la curiosidad, sea constante en su asistencia, seguros de que la Santísima Virgen del Rocío, con su infinita misericordia, lo encuadrará algún día en las filas de sus hijos rocieros.

Así, éstos, podrán dar fin a la Romería con este cantar lleno de inmenso amor: “Madre mía del Rocío / vengo a decirte adiós / aunque te dejo en la Ermita / te llevo en el corazón”.

SERAFÍN MÁRQUEZ