El Ángel que se llevó a los cielos

En recuerdo de Ángel Díaz de la Serna

La mayoría de vosotros no me conocéis, pero ahora que nos preparamos con antelación para un nuevo Rocío, para un nuevo Lunes de Pentecostés, quiero escribir una especie de homenaje a una persona muy importante en mi vida. Algunos tuvisteis la gran suerte de conocerle, de compartir su cariño y su amistad; otros, quizás, de oídas, supierais de su vida profesional, personal y de lo que ha supuesto en el mundo rociero. Me refiero a mi tío Ángel Díaz de la Serna. Hoy no os voy a hablar de él como profesional, ni como ex-presidente de la Hermandad Matriz de Almonte, voy a hablaros de él como persona, como almonteño y rociero que quería y defendía a su Virgen del Rocío.

Afortunadamente, la muerte no es el final, sino que para nosotros los cristianos es el comienzo de una nueva vida. Pero a veces llega sin esperarla, de improviso, te golpea fuerte te causa mucha tristeza, mucho dolor y desconsuelo. Gracias a Dios existen los recuerdos y no desaparecen ni con la misma muerte: recuerdos de imágenes, de una voz, de conversaciones, de una sevillana, de momentos únicos e irrepetibles que vivimos con las personas queridas; concretamente, en mi caso, me refiero a los recuerdos que guardo de mi tío Ángel.

Era una persona cariñosa, daba el cien por cien de todo lo que tenía, material y espiritualmente, cuando se trataba de compartir con los demás. Amigo fiel de sus amigos, buen esposo, buen padre, buen hijo, buen hermano, buen tío,… y aunque por poco tiempo, Dios le dio la oportunidad de ser buen abuelo.

Hoy le estoy agradecida por muchas cosas: ante todo por su profundo amor y cariño, así como por todo el legado rociero que nos ha dejado. Su semilla rociera ha ido dando fruto en la familia, la que sembraran un día en él mis abuelos, a los que tanto quise y quiero. Él se encargó de cultivar esa semilla día a día y de profundizarla.

Era una persona entrañable, alegre, llena de vida, con sus virtudes y sus defectos, como todo el mundo, entregado a sus compromisos. Siempre conseguía ser el centro de las reuniones de jóvenes y mayores, cautivándonos con su sabiduría, experiencia, ingenio y buen humor.

Nunca olvidaré lo que nos contaba: él nos enseñaba El Rocío a través de su palabra rociera, de sus pregones, de sus vivencias y anécdotas de los Rocíos de ayer y de hoy. Nos contaba sus historias de niño en su entrañable colegio de Los Salesianos de Triana, donde veneraba también a su Virgen Mª Auxiliadora.

Afrontó con valentía los últimos momentos de su vida, ya que como él mismo repetía, no tenía miedo a la muerte. Sabía que después de esta vida comenzaba el camino hacia Jesucristo y hacia Su Madre, Nuestra Madre Bendita del Rocío, y eso era para él motivo de alegría, aunque para ello tuviera que estar separado de nosotros en el tiempo.

En su última peregrinación y con su medalla de Almonte, de su querida Hermandad Matriz -a la que dedicó tantos años de su vida-, recorrería el camino hacia las Marismas Eternas, sabiendo que allí le esperaban sus padres, su cuñado Pedro, sus tíos y primos, y tantos y tantos amigos rocieros y seres queridos que un día también marcharon.

Pero hoy me queda la satisfacción de decir que él no se ha ido, que permanece vivo en nosotros, en nuestro recuerdo y en nuestro corazón, y algún día volveremos a estar todos juntos ante El Señor.

Así me quedo con la alegría de que estará disfrutando con Ella y con El Padre en Las Marismas Eternas, con eso y con el último beso que le di antes de partir hacia su nueva vida, beso que me devolvió con un fuerte apretón de mano como si quisiera decirme que esa era su despedida.

Sé que, desde que se fue, cada Romería, desde El Cielo, vivirá como un almonteño más la Salida y Procesión de la Virgen como cada año hacía, y lanzará salvas de escopeta cuando a hombros de almonteños Ella recorra las calles de su pueblo, de su querido Almonte, vestida de Pastora. Lo vivirá de una forma diferente, pero con la misma Fe y Amor intenso que siempre le tuvo a La Virgen, a su Blanca Paloma. Y allí, entre nosotros, le sentiremos cerca.

Y, como no, mencionar también a mi tía Angelita, que con su amor incondicional ha sido siempre su apoyo y fuerza en los momentos de dificultad y ha compartido con él los buenos y malos ratos. Con su paciencia, su amor y mimo supo cuidar de él a lo largo de su vida, así como cuando esa vida se le iba apagando poco a poco en el hospital. Al igual que mencionar también a toda su familia que siempre lo quiso y se lo demostró hasta en esos últimos momentos.

Aunque estemos separados en el tiempo, siempre te querré, y creo que desde donde estés en el cielo, que sé que tendrás un buen sitio, velarás por todos nosotros, nos amarás con la misma intensidad, nos mantendrás unidos y nos protegerás siempre, porque siempre fuiste un ángel, nuestro Ángel.