La Virgen del Rocío no es obra humana

Los sábados, como saben nuestros lectores, publicamos un artículo histórico relacionado con el Rocío. Agradecemos su gentileza, para que lo podamos hacer así, a Don Antonio Díaz de la Serna y Carrión que para hoy ha seleccionado uno de Octubre de 1960 de Fray Sebastián de Villaviciosa.

El hombre es esclavo de sus sentidos corporales, únicas ventanas que tiene el alma para asomarse al mundo y a sus cosas.

Para la pobre humanidad, que más anda caída que levantada, era de importancia absoluta el tener una idea lo más exacta posible sobre la grandeza de la Santísima Virgen, y los teólogos la centraron en una frase, que es ésta: Una gran Señora llena de virtud, de gracia y Madre de Dios. Importaba también el que la frase nos entrara por los ojos, además de por los oídos, y a eso fue el arte, logrando maravillosas imágenes de la Santísima Virgen, explicativas de su enorme grandeza.

Un pueblo único en el mundo por el real privilegio que Dios le concediera para sentir la belleza y saber cantarla y hacerla realidad, el pueblo andaluz de esa Andalucía que llamamos Baja, es quien aclama a la Reina de las Marismas como la última palabra que han dicho el arte y la piedad en un sublime mano a mano para meternos en el alma la grandeza y hermosura de la Santísima Virgen.

Lo que valga esta opinión, te lo dice, el que dos mil años antes de Cristo, Andalucía puso cátedra de arte y de saber en el mundo entero con aquellos primeros andaluces llamados tartesos, y te lo remacha, el que todos los antiguos pueblos mediterráneos –fenicios, griegos, romanos, árabes- se dejaron venir por Andalucía, seducidos por sus enormes riquezas, con las malas intenciones de esclavizarla a sus vicios, y todos acabaron siempre rendidos por los encantos de su infinita gracia. Por algo sería, digo yo, el que cuando llegaron a Despeñaperros “Los cien mil hijos de San Luis” en correcta formación le rindieron honores militares a la Tierra de María Santísima.

Por todo lo dicho, y mucho más, el que Pemán haya podido escribir un libro titulado “Andalucía, la eternamente vencedora”, y el que pudiera escribirse otro como réplica y titulado: La siempre vencedora, esclava rendida a los pies de la Blanca Paloma del Rocío.

Para que alguien nos arrastre en el torbellino de su simpatía tiene que tener mil veces más que nosotros, que al agua de la fuente sólo se la lleva el arroyo, y a la del arroyo, el río. Para llevarse en volandas a la tierra del salero lo mismito que si fuera un jazmín, se imponía un vendaval de hermosura divina y humana, y eso, hasta ahora, tan sólo lo ha logrado la Reina y Pastora de las Marismas.

La razón de multiplicar las imágenes de la Virgen bajo diversas advocaciones no es otra, que, a la cuenta de su grandeza, por ser tanta, un solo nombre no bastaba para decirla. No decía un solo título las divinas impresiones que en el alma produce la imagen marismeña, y el sentimiento popular le dio cuatro: El de Reina, para decirnos de su gran poder; el de Blanca Paloma, para cantar su hermosura; el de Rocío, para hablarnos de su virtud; y el de Pastora, para pregonar su humildad en medio de tanta grandeza. De aquí, el que la piedad rociera haya siempre creído que la imagen bendita de su Virgen fue obra de los ángeles; el que por lo menos movieran las manos del artista que la esculpió.

Un periódico francés abrió un concurso entres sus lectores para premiar la mejor respuesta a la pregunta de: ¿por qué dos coches de la misma marca, hechos con los mismos elementos, uno salga dócil y otro rebelde a la mano del conductor? La respuesta que más gustó fue la de un poeta, que respondió: El obrero que le dio el último martillazo, le infundió con él también su alma. No pudieron ser otros que los ángeles los que dieron a la Blanca Paloma su última mano de pincel y gubia, pues a locuras santas con elementos humanos solamente pueden arrastrar artistas divinos, y sólo así se explica una tan acabada interpretación de gran Señora, llena de virtud y de gracia, a lo que sin duda contribuye la manera tan graciosa de vestirla y alhajarla.

El vestido y el adorno que mejor nos sientan son aquellos que mejor interpretan nuestro modo de ser. Para pregonar que la Virgen del rocío es Reina de la tierra, el ponerle en su frente corona de oro y cetro en sus manos, porque éstos son los símbolos de la dignidad real entre los hombres. Para decirnos que también es Reina de los cielos, el vestirla con el sol, -simbolizado en las ráfagas de plata que le bajan desde los hombros- el ponerle a sus pies la luna y el coronarla con doce estrellas, por ser éstas las señales de una realeza celestial. Por aclamación regional la Blanca Paloma es Reina de Andalucía, que para eso bajó del cielo la mañana que canta la copla, y para cantar su reinado andaluz, esos ramitos de flores al filo de su manto, que colman su gracia. Pregona su divina maternidad el Divino Pastorcito que lleva en el trono de sus manos, tan parecido a su Madre como el capullo a la rosa en que después se abrió.

En la imagen marismeña está dicho de sobra y con una “jartá” de salero andaluz, todo lo bellamente simbólico que en la tierra puede decirse para hablarnos de la grandeza y hermosura de la Virgen Santísima. Una imagen suya, sin corona, sin el sol y la luna, sin su Niño, apenas nos dice la mitad de lo es.

En lo que los antiguos creyeron el fin de la tierra, en Cádiz, alzaron dos columnas con esta leyenda: “Non Plus Ultra”, no más allá, aquí se acaba la tierra. Lo mismito puede escribir el mundo rociero a los pies de su Blanca Paloma: En cuestión de esculturas para meternos en el alma lo que sea para los hombres la Madre de Dios... Non Plus Ultra, hasta aquí llegaron el arte y la piedad, no quedándoles por decir ni una palabra más.