La Virgen del Rocío robadora de corazones

En agosto de 1959 se publicó en la sección “Prodigios” de la Revista “Rocío” el artículo que hoy ha seleccionado nuestro colaborador Antonio Díaz de la Serna, en éste espacio de cada semana dedicado a rescatar del pasado algún escrito sobre la Virgen y todo lo que tenga que ver con la Romería de Pentecostés. El artículo fue escrito por el entonces Rector del Santuario, Don José Pichardo Ojeda.
Esperamos que les guste.


Vivía en Encinasola (Huelva) Casiano Gil Domínguez, abuelo del sacerdote que hace poco me hizo esta referencia.

De familia humilde, pero sinceramente cristiana, a los 9 años quedó huérfano de padre y hubo de tomar la dirección de su casa por la formalidad y rectitud de su carácter ya en aquellos años.

Su cultura y conocimiento del mundo no fue mucha; apenas si salió de su pueblo y ni siquiera conocía el ferrocarril; sin embargo la viveza de su inteligencia le hizo aprender las suficientes letras para sí y para enseñar asidua y gratuitamente en los tajos a los compañeros de la cuadrilla, llevado de la bondad y nobleza de su corazón.

Su espíritu cristiano, sencillo y sincero, se muestra en esas virtudes sociales y familiares de entrega gratuita a los demás. Pero la nota característica de su espíritu religioso la llenaba su acendrado amor a la Virgen, a la que visitaba y veneraba en todas las imágenes que se le ofrecía a la vista, especialmente las de mayor devoción en Encinasola y sus alrededores. De la Santísima Virgen en su advocación del Rocío no tenía la menor noticia.

Casiano se casó y tuvo 5 hijas y allá por el año 1880, cuando contaba unos 36 años, he aquí que se despierta una mañana antes de clarear el día, sobresaltado llama a su esposa y le relata lo siguiente: había soñado ole habían dado a conocer con una claridad y seguridad que no le dejaba tranquilo, que camino de la finca donde trabajaba como jornalero, había dos medallas de la Santísima Virgen.

Su esposa quedó sorprendida y trató de convencerle lo absurdo que era darle crédito a esas extravagancias. Casiano sin embargo estaba decidido: iría a comprobar su sueño o lo que fuera.

Todavía resonaba en los oídos del sacerdote, su nieto, las palabras textuales de la esposa oponiéndose tenazmente a tan extraña rareza: “qué decieros vas a tener en el pueblo...; qué vergüenza para tus hijas...; te van a decir el tonto de las medallas...”.

Pero... “el amor es más fuerte que la muerte” y Casiano, apuntando ya el alba, se pone en camino, dejando a su esposa cada vez más intrigada. A medida que avanzaba le iba latiendo el corazón de una forma extraña, mezcla de temor y alegría, gozo y duda; luchaban en su mente la claridad de lo que había recibido y las reconvenciones duras de su esposa.

Poco a poco se fue acercando a un castillo que está cerca de la finca: comenzaba el sol a dar sus primeros rayos débiles y parpadeantes, iluminando las cosas de un color dorado rojizo; subía Casiano y de pronto... se pararon sus pies y su corazón: un rayo de sol reverberó en una medalla de metal dorado...; no había duda....; su corazón comenzó a latir aceleradamente, se inclinó casi sin respirar y volviendo la cara de la medalla que estaba hacia la tierra, leyó: “Nuestra Señora del Rocío – Almonte”; la besó devotamente y la apretó entre sus manos rudas llenas de sudor.

Continuó subiendo con paso firme y seguro; en su rostro se dibujaba una sonrisa que rebosaba gozo y satisfacción; a unos 100 metros encontró la otra medalla exactamente igual, tan nuevas y limpias “como recién salidas del cuño”.

Volvió a su casa y más volaba que volvía, como los discípulos de Emaús a su regreso a Jerusalén . las medallas fueron a parar, una a Dª Dolores Gil Tapada, parienta de Casiano y otra a su nieto sacerdote, que me hizo este relato, para indicarme el acendrado amor a la Santísima Virgen del Rocío, que fomentó en su familia nuestro devotísimo y curioso rociero, sin conocer Almonte ni visitar nunca su Santuario.

EL RECTOR DEL SANTUARIO