El Rocío y los Rocíos

A nuestra sección de artículos rocieros de los sábados, de periodicorociero.es – Periódico digital rociero, traemos hoy el titulado “El Rocío y los Rocíos”, que se publicó el 22 de mayo de 1994 en el ABC de Sevilla, y que fue escrito por José María Javierre. Como siempre, agradecemos la selección de estos artículos a nuestro colaborador y amigo, don Antonio Díaz de la Serna y Carrión.

-Y tú qué piensas del Rocío?
Cada vez que me preguntan por el Rocío me pongo en guardia: Quién, para qué, con qué intenciones preguntan. Hay tres fiestas “peculiares” de nuestra tierra andaluza acerca de las cuales tarde o temprano, más bien temprano, somos interrogados en cualquier encuentro los moradores del Sur: Semana Santa, las ferias, el Rocío. La pregunta suele exigir una descripción, y, que curioso, cierto tipo de defensa: Como si en las tres ocasiones festivas se manifestaran secretos vicios andaluces. Pero “contar” y “defender” la Semana Santa y la Feria resulta un esfuerzo gratificante, sencillo, el oyente acaba entendiendo que sin palabras explícitas estás sintiendo su sensibilidad, como si le advirtiera: Todavía no te enteras, pues peor para ti. Normalmente acabas la exposición sonriendo, pisas firme, te sabes seguro, concreto: La Semana Santa la poseemos, la Feria también, “nos cabe” en repliegue de las circunvalaciones encefálicas y calienta un rinconcito de la víscera cardiaca. En cambio el Rocío...
- ¿Qué piensas del Rocío?
Me preguntaron monseñores vaticanos del entorno pontificio cuando preparaban la venida del Papa: Discutían si llevarlo o no llevarlo hasta las marismas. Habían meditado a conciencia lo informes de la Nunciatura y del Obispado de Huelva. La verdad es que en la primera aproximación quedó descartada la visita del Papa al Rocío. Convaleciente de su recaída, los programas de su viaje a España fueron drásticamente recortados: Madrid, Sevilla, un día en Huelva. Así que para Huelva la celebración eucarística como encuentro central, y luego lo que cupiera, sería poco teniendo en cuenta las exigencias médicas: Palos, La Rábida, Moguer. Los papeles venidos de España hablaban del Rocío. “Ellos”, en Roma, veían el mapa, preguntaban: Que interés podría significar que el Papa llegara hasta el Rocío, si total quedaba cerquita de La Rábida, y de Huelva, y de Palos y Moguer; podrían “los del Rocío” acercarse a La Rábida o a Huelva para ver al Papa...
Recordé, pero no se los dije, supe callar a tiempo, la anécdota del primer viaje de Juan Pablo II a España, cuando beatificó a sor Ángela en Sevilla. Alguien propuso en los primeros proyectos del festejo traer a la Plaza de España una magna peregrinación mariana andaluza con fieles y representaciones de las ocho provincias, “acompañando a la Virgen del Rocío”, y presentarle al Pontífice simultáneamente la imagen bendita y la piedad fervorosa de nuestro pueblo. La idea suscitó cierto entusiasmo, pero le cayó hielo encima cuando los responsables almonteños pronunciaron su sentencia:
- Si el Papa quiere ver la Virgen del Rocío, que venga a Almonte. Ella no se mueve de su santuario.
En algunos oídos la frase sonó irrespetuosa, pero la verdad es que, a su modo, señalaba certeramente los escalones jerárquicos del protocolo celestial, digo yo.
En cambio, si te inquieren por el Rocío, la cosa resulta complicada, más que si te interrogan por la Semana Santa o la Feria. ¿Por qué? He reflexionado mucho sobre el tema. Llego a una conclusión, quizá provisional: Porque el Rocío “no te cabe”, te rebasa, es un fenómeno complejo que admite múltiples vivencias y cada cual la experimenta a su modo. Nadie te habla del Rocío, te habla de su Rocío. Cierto, tampoco la Semana Santa significa “lo mismo” para quien la realiza vestido de nazareno cumpliendo siete, diez o catorce horas de estación que para los “asistentes”, entre los cuales además están los de casa y los venidos. Incluso entre los venidos hay que distinguir varias clases de visitantes, según sean creyentes, o estetas, o turistas a la buena... Sin embargo, la Semana Santa trae en sí misma, que duda cabe, cierta emulsión que permite localizar los contenidos religiosos. Algo semejante ocurre con los contenidos festivos característicos de la Feria.

¿Cómo explicarlo?

El Rocío, en cambio, a ver cómo le explico al monseñor romano la magia del Rocío: De los distintos, múltiples Rocíos, que apretados forman el Rocío.
En definitiva, se trataba de evitar que el Papa estuviera a pocos kilómetros, “pasara” a la vera del Rocío y no cumplimentara a la Señora. El padre Juan Mairena, rociero absoluto, auténtico valedor del santuario de las marismas y responsable ejecutivo del programa pontificio en la visita de Huelva, iba y venía de Huelva a Madrid, de Madrid a Roma, lamentándose: “Pero en qué cabeza cabe que el Papa esté por tierras de Huelva y se olvide de visitar a la Virgen del Rocío”. Esta contradicción era menester que les entrara en el cráneo a los vaticanos. A mí se me ocurrió echar mano de un argumento vistoso que habíamos comentado con Mairena. Lo captaron.
- ¿Tú qué piensas de la vista del Papa al Rocío?
- Pues mira, como México federal y Guadalupe.
- ¿México...?
Lo expliqué.
- Imagina que está Juan Pablo II de visita en México capital.
- Ya estuvo varias veces.
- Y que, por tanto, lo tenéis a cuatro pasos del santuario de Guadalupe, allí mismo. Imagínate entonces que por falta de tiempo le organizáis al Santo Padre un programa en México capital sin llevarlo a rezar ante la Virgen de Guadalupe.
- Que cosas se te ocurren, sería de locos; cómo va a estar el Papa en México y no va a tener tiempo para llegar a Guadalupe, sería como dar una bofetada a la devoción mariana de los mexicanos, despreciar su amor a la Virgen.
Estaba bien claro, solo tuve que emparejar la devoción de los mexicanos a Guadalupe con la devoción de los andaluces al Rocío: Existen facetas distintas, por supuesto, pero el significado del Rocío para el pueblo andaluz se descubre en la extensión y en la profundidad del cariño a esa imagen, manifestado a lo largo del año desde cualquier rincón de Andalucía, y puesto en camino gloriosamente los días de la gran romería. Que pasara el Papa “al lado” del Rocío sin entrar equivaldría a un desprecio... o a una descalificación.
- Gracias, lo entendemos, pero...
Ejerzo desde hace años una especie de consulado andaluz más arriba de Despeñaperros, tarea que nadie me ha encomendado, pero me sirve como sencilla correspondencia al afecto que he recibido de mi familia y de tantos amigos.
Pues cuando intento desentrañar fuera de aquí algún aspecto de la identidad andaluza o disipar prejuicios –a veces fomentados por nosotros mismos-, siempre acaban los interlocutores con un “pero” inevitable.
- Será verdad lo que dices, pero...
Y es que del Rocío han oído y han leído interpretaciones dispares, no siempre benévolas.
Procuro entonces contarles el Rocío y los Rocíos.
Echo por delante una prueba de mi criterio independiente: Para entender Andalucía y sus cosas hay que estar dispuestos a entenderla, no encasillarse de antemano en una posición de rechazo. Me atacan:
- Y por defender Andalucía no te importa comulgar con ruedas de molino.
Me revuelvo:
- ¿A ti te gusta el gazpacho?
- Muchísimo, lo mejor que habéis inventado los andaluces.
- Pues para que veas, a mí no me gusta el gazpacho
- ¿Cómo no te va a gustar el gazpacho si te sientes tan andaluz?
Les cuesta comprender que el amor a nuestra tierra no apague el sentido crítico, y que podamos ser independientes en nuestras preferencias. Mi aversión al gazpacho supongo proviene de algún rechazo infantil al tomate, qué sé yo.
- ¿ Y nunca tomas gazpacho?
- Tomo muchísimo gazpacho. Porque cada vez que vengo a Madrid, las familias amigas ponen gazpacho a la mesa: “Como venías tú, hemos pensado que te gustará tomar gazpacho”. Sonrío, les doy las gracias y tomo mi gazpacho, faltaría más.
- Pero no te gusta...
- No, reconozco que es una maravilla, hasta Marañón lo dijo. Lo que de veras me disgusta son muchos aspecto negativos de Andalucía, nuestras carencias, nuestros males, nuestros errores. Sé que conservo el espíritu crítico; por tanto, cuando lucho a favor de Andalucía y defiendo Andalucía piso terreno firme, no estoy ciego ni hechizado.
- Entonces, cuéntame el Rocío.
Les conté cuántos Rocíos hay en el Rocío, según cada cual lo busque. El Rocío clásico de los romeros de siempre, caminantes que vienen desde sus pueblos y ciudades cumpliendo jornadas intensas. Narré mi asombro la primera vez que vi las carretas como una aparición mágica, sobrehumana:
- Os aseguro que tal espectáculo, nunca desaparezca, nadie hoy en ningún país podría inventarlo, lleva en sí una fuerza estética insuperable.
Les conté, la preparación, las hermandades, las salidas, el protocolo del camino y la llegada, las presentaciones, el clima fraternal por encima del cansancio, la acogida entre conocidos y desconocidos. Describí la emoción religiosa, peticiones, lágrimas, rosarios, misas, oraciones, cánticos, promesas cumplidas.
¿ Y otros Rocíos?
La romería arrastra contenidos ancestrales, que los antropólogos estudian, sugiere referencias a costumbres y creencias remotas, anteriores al Cristianismo. Y ofrece márgenes de fiesta con carácter popular, folklórico. Nuestro pueblo siempre lo ha pasado bien celebrando la fiesta, y la romería es una preciosa fiesta. Atraídos por el clima festivo, acuden al Rocío cientos de miles de viajeros, que vienen sólo a divertirse, desconocen el carácter religioso básico del Rocío. ¿qué podemos hacer, rechazarlos?. Así se apiña en el redondel marismeño un gentío formidable, ¿cuántos?, ¿un millón?, ¿más de un millón?; especimenes nobles e innobles de la raza humana, hombres y mujeres de todo pelaje, muchos, muchísimos llegados desde más arriba de Despeñaperros, lo sabemos, vienen sólo a divertirse... Quisiéramos que no desvirtúen los valores tradicionales del rocío, ni provoquen conflictos, simplemente. Y quién sabe si acabarán mirando a los ojos de la Virgen.
- Entonces, estará bien que el Papa viste el Rocío.
- Estará requetebién. Como vendrá fuera del día propio de la romería, le recibirán los rocieros de verdad, sin barullo de los fiesteros.
- ¿Cuántos? ¿Cien, doscientos mil?
- Doscientos, trescientos mil fieles rocieros fetén, devotamente, cariñosamente.
Si lo vieron, si lo oyeron, ustedes recuerdan: Fue una estampa grandiosa, para incorporarla cariñosamente a las imágenes entrañables del camino, de las carretas, de la emoción al pie de la Virgen. Juan Pablo II conoció “el Rocío”.

José María JAVIERRE