Salud de los enfermos

Dedicamos, un nuevo sábado, al artículo histórico que selecciona para Periódico Digital Rociero nuestro colaborador don Antonio Díaz de la Serna y Carrión. Hoy acercamos a nuestras páginas el titulado “Salud de los enfermos”, que escribió para la Revista Rocío, en el año 1969, José Bonilla Gálvez.

El día 1º de Noviembre y durante el rezo del Rosario en la Ermita del Rocío, desde cuyo púlpito dirigía el mismo el fraile dominico que acompañaba a la peregrinación de la Hermandad de Triana, ocurría un hecho, que posiblemente la mayoría de los que estaban presente desconocían las causas que lo motivaban.

Desde la sacristía salió el Rector del Santuario llevando en sus brazos a un pequeño, de unos dos añitos de edad. Subió al camarín de la Santísima Virgen, se arrodilló ante Ella, y parecía sostener una animada charla con el chiquillo. A través del cristal del camarín, observábamos cómo sonreía el sacerdote, y cómo el niño besaba el manto de la Blanca Paloma. Arrodillada en los escalones del presbiterio, con la mirada fija en las escenas que ocurrían, lloraba copiosamente y en silencio una mujer –la madre del niño- ese llanto sereno del agradecimiento.

Esta escena descrita, era el tercer acto del hecho completo y que empezó así:

Hace exactamente un año, o sea, en la peregrinación de la Hermandad de Triana en la festividad de Todos los Santos de 1959, acudía angustiada esta pobre madre llevando en sus brazos a este pequeño de diez o doce meses, con graves y diversas lesiones en la columna vertebral desde el mismo día de su nacimiento.

Había llegado ya el plazo indicado por los médicos para enyesarlo, y desesperada, acudía a la Santísima Virgen, implorando su curación.

Lloró y pidió con fe. El mismo sacerdote de esta ocasión, le llevó ante la Reina de las Marismas, lo pasó por su manto y lo devolvió a los brazos de su madre.

Cuando salía de la Ermita, emocionada y ahogándose en su pena, le pregunté con curiosidad la enfermedad del pequeño. Me relató cuanto ya he descrito y para tranquilizarla en su dolor, le indiqué diésemos a la criatura agua del pocito de la Virgen, asegurándole que bebiéndola, la Virgen del Rocío, se lo sanaría.

En la peregrinación de nuestra Hermandad, en la festividad de la Purificación, de la Candelaria, Febrero de 1960, a los tres meses exactos del hecho anterior, vi a esta mujer loca de alegría con su hijo sano.

Me contó que en Noviembre, después de la peregrinación, llevó a su hijo al médico, dispuesta ​ ya a que lo enyesaran.

El médico tomó al niño en sus brazos e intentó ponerlo de pie, lo que consiguió extrañadísimo, y preguntó:

-¿A qué Santo se ha encomendado usted?

-A la VIRGEN DEL ROCIO, respondió la madre.

Y devolviéndole su hijo, sólo pudo decir el médico:

-Pues la Virgen del Rocío se lo ha curado.

A cuantos presenciaron este primero de Noviembre a través del cristal del camarín, al Rector hablarle al niño y sonreírse, les aclaré el dialogo que no escuchábamos; estaba enseñándole a decir: ¡Viva la Virgen del Rocío!

Cuando esta mujer recogía de nuevo a su hijo, la multitud que llenábamos la Ermita estábamos cantando el cuarto misterio. Coincidió que la letra que iniciaba Antoñito Aramburu decía:

Salud de los enfermos.
Rosa temprana.
Estrella reluciente
de la mañana.
Pomo de aroma,
Lirio de la Marisma.
¡¡BLANCA PALOMA!!


José Bonilla Gálvez