Esos tus ojos

“… Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos …”


Qué decir cuando entras en la ermita del Rocío y te encuentras con la mirada de Nuestra Madre, esos ojos bajos, dulces, misericordiosos, humildes, la humildad de ser elegida Madre de Dios. Una mirada que apunta a que está atenta a todos los que se acercan a rezarle, a pedirle, a darles la gracias. Nos vemos reflejados en esos ojos, bajos. Que al igual que mira a su Divino Hijo nos mira y protege a nosotros, sus hijos.

A la ermita del Rocío, se va para muchas cosas, las más espirituales y delicadas de la tierra. Como he dicho se va para rezar, para pedir, para llorar, para agradecer. Pero el Rocío tiene una finalidad general, en la que forzosamente tienen que participar, todos los que penetran en el recinto bendito de la Reina de las Marismas.

Todos tienen que mirar aquellos ojos, bajos, humildes, conservados en la actitud de contestar al Ángel que le participara el misterio de la Encarnación del Verbo, y decirle al mismo tiempo que nos mira: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”, le decimos todos cuando rezamos la Salve, dulcísima plegaria universal, que tantos consuelos ha proporcionado a los desterrados hijos de Eva.

Sin esta correspondencia de miradas, podría decirse, que estarían expuestos a malograrse los mejores y mayores éxitos espirituales de la Blanca Paloma en beneficio de sus hijos.

Cuando se siente la influencia de la mirada de la Santísima Virgen del Rocío, empieza a intervenir el corazón. La mirada dulcísima y penetrante de la Pastora Divina trueca los corazones más endurecidos.

Los ojos misericordiosos de la Blanca Paloma, arrancan del corazón el divino rocío de la penitencia, por el purificante rocío de la gracia, que Ella nos concede mediante la luz de su mirada. Esa divina mirada baja, que cuando nos encontramos frente a frente a Ella nos da una paz, que en pocos sitios podemos encontrar. Una mirada que sin decirnos nada, nos dice todo.

Un Rociero agradecido.