Problemas de Espiritualidad

El artículo que ha seleccionado para hoy, sábado, nuestro colaborador Antonio Díaz de la Serna, fue publicado en el número 6 de la Revista Rocío, en marzo de 1959 que fue escrito por José Luis de la Rosa, en la sección de la revista denominada “Problemas rocieros”.
Como siempre, deseamos que disfruten con el artículo en este día de la semana dedicado al recuerdo.


Entre los numerosos problemas que tiene planteado el Rocío, y que van saliendo a la luz en esta sección de la Revista, el más apasionante es el del Santuario de la Blanca Paloma, porque es que cada corazón y cada alma rociera anhela y ansía un trono digno en lo humano de tan excelsa Señora y Reina.

Pero es que ese trono, templo y faro de fervores, tienen que tener un sólido fundamento, una base firme de piedad y religiosidad, que es lo único que puede lograr la espléndida realidad que todos ambicionamos para la Reina de las Marismas.

Y en este aspecto, también todos tenemos un sitio asignado y una misión que cumplir; todos podemos aportar un grano de arena en estos cimientos de espiritualidad que necesariamente deben sostener el eje tras el que gira todo este mundo del Rocío.

Si pues los cimientos de este nuevo edificio que soñamos deben ser de piedad y de religiosidad, que sean la mejor expresión del amor a la Señora, debemos multiplicar esta nuestra piedad con actos de cultos, que son los únicos que pueden inclinar hacia nosotros, hacia nuestros problemas, la bondad y la benignidad de la Virgen.

Y a este propósito de buscar aquellas manifestaciones d culto, que más honra y gloria den a la Señora del Rocío, ninguno como la Santa Misa, el Sacrificio de la Ley Nueva, representación real y mística del mismo sacrificio del Calvario, en la que se inmola el mismo Cristo, Dios y Hombre, su Divino Hijo, Jesús.

El verdadero rociero es consciente con este sentir. La prueba es que en el Rocío Grande multiplica las Misas hasta el punto de que se dicen continuamente tres a cada lado del trono de la Señora, siendo a veces insuficiente el espacio de tiempo dedicados a ellas, desde la medianoche a la salida procesional de la santísima Virgen a hombros de sus hijos, ebrios de fe y de amor, caldeados precisamente en las últimas Misas tan devotas, tan llenas de unción, tan llenas de cariño.

Además, cada vez que una peregrinación se organiza desde cualquier punto de la geografía rociera, la Hermandad Matriz o Filial que camina al Santuario, va con un doble propósito: visitar a la Señora y ofrecerle el holocausto colectivo de una Misa, llena de piedad, de amor y de recogimiento.

Más aún, no hay efemérides jubilosa o triste en las casas que se respira el amor y la devoción a la Santísima Virgen del Rocío, que no se santifique y espiritualice con una Misa en honor de la Señora, para agradecer un favor, para hacerle una súplica, o para encomendarle las almas de nuestros seres queridos.

Pero creemos que todavía el obsequio sería más agradable, si se consiguiera que en el Santuario de la Virgen, donde están presentes continuamente nuestros corazones, se dijera siempre la Misa de la Virgen. Es algo así como buscar para ella el monopolio de nuestra atención y de nuestro amor.

De este modo, cada peregrinación, particular o colectiva, en hermandad o en privado, tendrían la seguridad de que en el Santuario, cualquier día se podía oficiar la Santa Misa, con las oraciones de la Misa Votiva de la Santísima Virgen.

Esto no es una quimera. De este privilegio goza Lourdes, Fátima y el Santuario de Nuestra Señora del Pilar. ¿Por qué no intentar conseguirlo para la Santísima Virgen del Rocío?

Hace falta que cada Rociero exprese este deseo al Sr. Obispo de Huelva: es preciso que cada Hermandad clame por esta prerrogativa. La Hermandad Matriz debe formar en vanguardia, llevar la voz cantante en este concierto de amores sinceros; que viendo el Sr. Obispo este deseo, este amor a la Señora, acogerá nuestra petición, y haciéndola suya, la elevará al Sumo Pontífice, de cuya bondad, benignidad y amor a la Virgen debemos esperar lo que mejor convenga a nuestra devoción y al honor y gloria de la Santísima Virgen del Rocío.

JOSÉ LUIS DE LA ROSA