Los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios

Como cada domingo, os compartimos un artículo que ayude a reflexionar sobre las lecturas de la Misa de hoy. En este caso, se trata del que escribió San Clemente de Alejandría, que como comprobaréis, no tiene desperdicio.

Las puertas están abiertas para cualquiera que se gire sinceramente hacia Dios, con todo su corazón, y el Padre recibe con gozo a un hijo que se arrepiente de verdad. ¿Cuál es el signo del verdadero arrepentimiento? No volver a caer en las viejas faltas y arrancar de tu corazón, desde sus raíces, los pecados que te han puesto en peligro de muerte. Una vez borradas éstas, Dios vendrá a habitar en ti. Porque, como dice la Escritura, un pecador que se convierte y se arrepiente dará un gozo inmenso e incomparable al Padre y a los ángeles del cielo (Lc 15,10). Por eso el Señor exclamó: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6; Mt 9,13). «No quiero la muerte del pecador sino que se convierta» (Ez 33,11). «Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve blanquearán; aunque sean rojos como la escarlata, como lana blanca quedarán» (Is 1,18).

En efecto, Dios sólo puede perdonar los pecados y no imputar las faltas, mientras que el Señor Jesús nos exhorta a perdonar cada día a los hermanos que se arrepienten. Y si nosotros que somos malos sabemos dar cosas buenas a los demás (Mt 7,11), ¿cuánto más lo hará «el Padre lleno de ternura»? (2 Co 1,3). El Padre de toda consolación, que es bueno, lleno de compasión, misericordia y paciencia por naturaleza, atiende a los que se convierten.

Y la conversión verdadera supone dejar de pecar y no mirar ya más hacia atrás. [...] Lamentemos, pues, amargamente nuestras faltas pasadas y pidamos al Padre que las olvide. En su misericordia puede deshacer todo lo que se había hecho y, por el rocío del Espíritu, borrar las fechorías pasadas.