Rezo por ti




Me llaman la atención las personas que habitualmente piden oraciones, y me agrada.

Es maravilloso que los cristianos y rocieros sigamos creyendo en el poder de la oración, pero a veces, sin darnos cuenta, nos volvemos un poco egoístas, y acaparamos para nosotros, incluso, hasta eso, hasta la oración.

La oración es un don que se nos entrega gratuitamente, y como diría el Evangelio: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.

De un tiempo a esta parte se ha configurado, espontáneamente, una especie de cadena de oración rociera, una cadena que empieza con la frase “Reza por mí” y que tiene tantas variedades como personas somos. Así, es fácil que alguien nos diga: “Reza para que me salga un trabajo, reza para que mi trabajo salga bien, reza para que no me falte la salud, reza para que yo apruebe el examen, reza para que se me quite el agobio. Si vas al Rocío enciende por mí una velita. Reza para que me salga una cosa, reza para que Dios me eche una mano… Reza por mí”.



En el fondo de nuestros corazones, cuando descubrimos la riqueza de la oración y el milagro que se obtiene de una relación continuada con Dios, con la Virgen, lo queremos todo para nosotros. Nos volvemos, inconscientemente, acaparadores de su Gracia.

Pero qué regalo más inmenso es descolgar el teléfono y escuchar que alguien te dice: “Me alegro de escucharte, rezo por ti”. O recibir una visita en la que viene de regalo ese mensaje reconfortante que todos necesitamos: “Me alegro de verte, rezo por ti”. O escuchar durante largo tiempo a personas necesitadas de atención y que concluyen sus monólogos ofreciéndote una manantial de esperanza: “Gracias, rezo por ti”. Y en ese momento se te olvida que no pudiste apenas hablar ni conversar, pero fuiste recompensado con lo que más reblandece el corazón del Pastorcito Divino: La oración.



Si lo hiciéramos así, si en lugar de pedir oración la ofreciéramos, todos a la vez, unos por otros, estaríamos haciendo que ningún eslabón de la cadena se quedara descolgado, que nadie se encontrara solo hablándole a Dios de otros, sin saber si alguien también se estará acordando de él.

No sé qué puede necesitar tu corazón, desconozco lo que le imploras a la Virgen del Rocío cuando acudes a rogarle su ayuda, no tengo ni idea de qué cosas o qué intenciones rondan tu cabeza y tu alma, pero no estás solo.



Si alguna vez te insistí pidiéndote oraciones, perdóname. Es el momento de que sepas que rezo por ti, que en mis conversaciones con Ella, tú estás presente, aunque yo no te conozca, aunque no nos hayamos visto nunca, aunque escriba diariamente un editorial en periodicorociero.es sin saber a quién me dirijo, pero sabiendo que tú, seas quien seas, me estás leyendo. A pesar de todo eso, tenemos la garantía de que Dios nos conoce y nos llama a cada uno por nuestros nombres, y eso es más que suficiente para que cuentes con mi oración.

Ya lo sabes, hermano, hermana, rezo por ti.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es