Cuando la vida se va apagando




Cuando estamos cerca de una vida que se va apagando, cerca del final de una enfermedad, nos replanteamos un sinfín de cosas que vienen a parar al mismo punto: ¿por qué desaprovechamos la vida en hacernos daño, en estar mal, en criticarnos los unos a los otros, en lugar de hacer posible que cada segundo sea una extensión del amor en el más amplio sentido de la palabra?

Cerca de un enfermo que sabemos que está atravesando los últimos tramos de su camino en este mundo, nos desvivimos en atenciones con él, lo tomamos de la mano, acariciamos su cabello, llenamos de besos sus mejillas, atendemos de inmediato lo que requiere de nosotros: un vaso de agua, una medicina, ayudarle a comer… Es entonces cuando nos percatamos de cuánto necesitamos de los demás. Se rompen los esquemas de la autosuficiencia y la independencia, y nos damos cuenta de que somos meros instrumentos que nos complementamos si, llegado el caso, no podemos valernos por nosotros mismos.

Pero también cerca de una persona que va llegando a su final, se aprende a mirar al rostro del Pastorcito Divino en el sufrimiento y el dolor. Un rostro sereno que, en medio de la impotencia, la desesperación y la tristeza de saber que se le está diciendo adiós a un ser querido, te sonríe para que no te falten fuerzas y sujetes la vara de la fe para superarlo con entereza.

Cuando la vida se va apagando es cuando más hay que dirigir la mirada a la Santísima Virgen del Rocío, dejando que nuestras lágrimas sean traducidas por el inconmensurable amor con el que nos cubre y que Ella, como nadie, entiende a las mil maravillas.

Cuando vemos cómo una vida se apaga, es el momento de pasar de los planteamientos a la acción, de dejar que esas preguntas que nos hacemos pasen a tener respuestas y consecuentes actos que llenen de coherencia nuestros pensamientos. Entonces es el momento idóneo para dejar de discutir por estupideces, de sonreír más en lugar de herir con la mirada, de poner en marcha nuestras mejores palabras en lugar de sacar las que provocan un caos cuando abrimos la boca, de aprovechar el aquí y ahora para dar un abrazo, para estar disponibles, para ser serviciales, para agasajar con nuestros cuidados a los que queremos.

Que no tengamos que lamentarnos de no haber hecho más de lo que hicimos cuando está próxima una despedida y, en lugar de quererlo dar todo de golpe, dar dosis de amor cada día, sin cansarnos, aunque en el último tramo se nos salga el Rocío por los ojos para que, si algo de amor nos faltó, sea compensado antes de que un ser querido tenga que atravesar a su otra orilla.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es