Un guiño de complicidad



Ser cómplices de las cosas agradables produce una serie de satisfacciones que se contagian.

Hacerse cómplice del mal acaba trayendo el mal a la propia vida. Tardará más o menos en aparecer, pero esto es una verdad tan patente como que estamos aquí y volveremos al sitio del que volvimos.

Sin embargo tener complicidad con todo lo sano, con lo sencillo, con lo bello, con el bien… Termina por invadir profundamente a la persona de un estado de felicidad que, por encima de situaciones extremas, permanece.

Vivir con la conciencia en paz, con esa sensación en el alma de haber intentado, -sin desfallecer-, cumplir una de las frases Evangélicas que pone los pelos de punta de “tratar a los demás como a ti te gustaría que te trataran”, llevar el cariño en la palabra, impregnando cada una de las acciones que trasladamos a la práctica, hacer a los tuyos sonreír, ¡sonreír por encima de todo!, en lugar de propinarles más quebraderos de cabeza y sufrimientos inútiles, alcanzar con el pensamiento a todos los que queremos para enviarles mensajes que animan y nunca hunden… Vivir así es tener un ojo preparado para estar guiñándole continuamente a la vida misma, que nos devuelve su guiño con una sonrisa porque le agrada todo lo que pueda agradar a Dios que es a quien debemos el estar aquí.

Hay realidades que nos superan, pero cuando decidimos ser cómplices de la honradez, de la fidelidad, de la Paz, de la bondad… Cuando queremos disfrutar intensamente de la complicidad del Amor, los rocieros tenemos bastante camino hecho: a la Virgen le damos una alegría y la ermita se le queda pequeña con tantos instrumentos en las manos del Pastorcito Divino. Porque en eso nos convertimos, al guiñarle y recibir su sonrisa como premio, en meros instrumentos en sus manos que Él va usando a su antojo para continuar su trabajo de Salvación en la tierra.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es