Ayudando a los hijos




Todos los días se nos satura de imágenes y noticias que provocan escalofríos y temor. Una ola de violencia azota a muchos países, el terror quiere hacerse el centro de escenarios geográficos desde donde nos llegan anuncios de muertes y desesperación. Y no nos pasa desapercibido, pero no es lo único que aletea sobre el planeta. Aunque nos parezca increíble, el amor es mucho más fuerte que el odio, la paz mucho más poderosa que la guerra y las buenas obras mucho más abundantes que el desprecio.

Cerca de nosotros tenemos ejemplos vivos del amor de Dios actuando, ejemplos de cómo los ruegos que elevamos a la Santísima Virgen del Rocío no son en vano, ejemplos de una fe firme, de una fortaleza cimentada en la esperanza.

Hay madres que no saben cómo hacer para ayudar a sus hijos. Padres que trabajan para alimentar a su propia familia, y la de los hijos que ya volaron del hogar. Abuelos que con sus cortas pensiones sustentan a la familia entera, personas que no tienen para ellos mismos y milagrosamente aportan para otros que aún tienen menos que ellos.

Hace apenas un par de semanas, una lectora de periodicorociero.es – Periódico digital rociero, me comunicaba una alegría que quería compartir conmigo: Había vendido un piso que, hasta hace poco tiempo, estuvo alquilando para conseguir algunos ingresos extraordinarios que ayudaran a la economía familiar. Finalmente lo puso en venta para restar peso a la hipoteca que tiene en el que reside, y algo de esa hipoteca ha conseguido achicar, pero le fue imposible obviar la situación que está atravesando uno de sus hijos, así que decidió dejar una parte para darla por igual a los tres hijos que tiene y ayudarlos en sus necesidades. “No ha sido mucho” –me comentaba-, “pero cómo los voy a dejar de la mano si soy su madre”…

Las madres lo dejan todo por ayudar a los hijos, lo dan todo por verlos a ellos más felices que a sí mismas, lo entregan todo para beneficiarlos, para arroparlos, para respaldarlos, para protegerlos a pesar de los pesares.

Lo que ha hecho esta amiga no es nada raro, es un hecho que seguramente se repetirá en numerosas madres y padres que, si pudieran, harían lo mismo con los ojos cerrados, pero lo grande de éste gesto es la lección cristiana y rociera que podemos aprender. Porque así es nuestra Madre, la Madre de Dios, la Madre de los rocieros: generosa, cercana, entregada, dadivosa, preocupada…

Cuando vamos al Santuario de la patrona almonteña, ¿cuántas veces no le habremos dicho que nos eche una mano? ¿No habéis dudado de si nos escucha o no? ¿Cuántas veces hemos estado sin saber cómo suplicarle que nos dé su ayuda? ¡Y claro que nos ayuda! En su mirada dulce hay un pozo de soluciones para todos, que tarde o temprano nos alcanzan, en sus manos hay una fuente segura de amor y bondad, que antes o después nos atrapan para siempre; en su rostro hay un canal de bendiciones, que es capaz de cubrirnos si nos atrevemos a mirarlo con sencillez y humildad de corazón.

Nuestra Madre jamás nos abandonaría ni buscaría nada que no fuera para nuestro bien. Y en Ella está la confianza de sus hijos rocieros, esos por los que se bebe las lágrimas y a los que recibe en actitud de escucha, para serenarles los ruidos del alma, para hablarles desde el silencio de la oración, para llenarlos de la ayuda que realmente necesitan. Así es nuestra Madre, una Madre que nos atiende, tiende puentes de nuestros corazones al suyo y se pasa las horas, los minutos, los segundos, queriendo y ayudando a sus hijos.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es