Por favor, guarden silencio




Me comentan los amigos que acuden por primera vez al Rocío que una de las cosas que más les sorprenden es la espontaneidad con que la gente le canta a la Virgen en la ermita, venciendo el posible “corte” que puede dar el ponerse a cantar sin conocer a prácticamente nadie de los que tienes alrededor.

Se emocionan cuando recuerdan los primeros instantes, las primeras impresiones, pero después, en frío, cuando comienzan a analizarlo todo para su beneficio espiritual, también me dicen: “es una pena que tengan que pedir silencio tantas veces”.

Introduzco ésta editorial del día con el comentario de estos amigos porque a mí también me hace pensar esa ausencia de silencio, tan necesario a veces cuando se está hablando con la Virgen o su Niño.

Llama la atención que dentro de la ermita se responda a la llamada del móvil, como si se estuviera en la plaza del pueblo, que se hable en voz alta mientras un puñado de personas intentan rezar, que se esté mirando para detrás o saludando alegremente mientras se consagran el pan y el vino en la Eucaristía. Son detalles que no pasan desapercibidos para el Sacerdote, ni para el Santero; sólo para aquellos que parecen haber perdido la noción del lugar sagrado en el que se está.

Cuando se elevan oraciones cantadas, -porque son oraciones-, qué hermoso es que detrás de unas letras sentidas y una voz entrecortada de emoción y sentimiento, se produzca un silencio de los que te calan el alma y te la llenan de los sonidos de Dios.

“Estamos celebrando la Eucaristía”, -dice el cura-, mientras intenta que ese momento único se convierta en el más especial de cuantos vivimos en la presencia de la Virgen.
“Por favor, guarden silencio”, -recuerda el santero-, mientras sigue cuidando de la Virgen y reclamando para Ella todas las atenciones.

Entre la salida y la puesta de sol, en la ermita entra y sale la gente: los que hacen su visita diaria, los que no pueden ir tantas veces como quisieran, los que desahogan sus penas envolviéndose del consuelo que provoca el dejarlo todo en sus manos, los que agradecen con una sonrisa aquello que le fue dado…

Todo el ruido que tenemos dentro parece subir de volumen cuando se acompaña del ruido de fuera, y sólo basta un minuto, sólo un minuto de silencio para que, de golpe, la Paz y la armonía que necesitamos descienda sobre nosotros como una lluvia intensa que te empapa hasta lo más escondido del alma.

Y si Ella sólo se sirve de un minuto para darnos tanto, ¿cuánto más recibiríamos si supiéramos callar?

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es