Carta abierta de una rociera a cada uno de los gobernantes de la tierra




Hoy rescato, con motivo del décimo tercer aniversario que este año celebra periodicorociero.es – Periódico digital rociero, una editorial publicada en nuestro medio en junio de 2.020, cuando los gobernantes eran otros, aunque releyéndola, solo bastaría pensar en los que gobiernan actualmente, para que siga igual de actual.

Estimados gobernantes repartidos por la tierra, Reyes, presidentes, ministros, alcaldes… A todos y a cada uno de vosotros:

Desconozco los intereses que pueden llevar a una nación, un estado, una región, una provincia, una ciudad o un simple pueblo, a declararse en guerra contra otros. Desconozco qué tipo de hilos políticos, económicos o sociales pueden tejerse en las entrañas de uno o de todos los gobiernos a la vez, para que miles de personas mueran cada día, unas veces por culpa de unos y otras veces por culpa de otros, en cualquier rincón del mundo.

Y por ese desconocimiento me atrevo, desde la pequeña llama de la fe que todavía mantengo viva dentro de mí, a pediros, a suplicaros, que abandonéis cualquier acción bélica, cualquier atisbo de violencia y escojáis, para vencer, el arma más poderosa y menos usada en los sillones considerados “poderosos”: el Amor.

Da igual si me dirijo a usted, Donald Trump, Vladímir Putin, Mahmud Abás, Franck-walter Steinmeier, Emmanuel Macron, Pedro Sánchez, Theresa May, Nicolás Maduro, Jair Bolsonaro... Da exactamente igual, porque sea cual sea el cargo de poder que ocupe en este momento cualquiera de los citados, como tantos otros que quedan por citar, son ustedes quienes tenéis la llave para hacer que los caminos de los ciudadanos sean transitables para todos.

Me da igual quién empieza antes una guerra, pero no me da igual cuántos pierden la vida por culpa de una orden. Nadie que autorice a disparar está exento de culpa, y a veces el clamor unánime que debería unirnos a todos es el del perdón, porque yo creo que el mundo está falto de disparos de amor, esa fuerza misteriosa y única que haría posible la redención de tantas penas y sufrimientos derramados por los suelos.

¿Qué más da un trozo de tierra más o un trozo de tierra menos si queda deshabitada y sin vida? ¿De verdad duermen ustedes tranquilos cada noche? ¿De verdad piensan ustedes que es con la violencia con lo que nos volvemos victoriosos? ¿De verdad les parece un triunfo el cuerpo ametrallado de un niño indefenso?

A los ciudadanos, en su momento, se nos llama a las urnas a votar por aquel líder que creemos, pueda contribuir al bienestar común. Me cuesta pensar que el bien común sea a base de guerras. Me cuesta pensar que el bien común traiga a la mesa de cada día noticias de niños y adultos muertos, de ataques masivos y de acciones sin escrúpulos que atentan contra los derechos fundamentales y la dignidad del ser humano. Y más me cuesta creer que cuando otorgo un voto, estoy dándole mano libre a alguien para que, en mi nombre, o en nombre de cualquiera de los votantes, se una a peleas inútiles y sin sentido, que llevan a una sinrazón desorbitada…, ¿para alcanzar qué?

Verán ustedes, gobernantes, políticos… Me duele en las entrañas estar de manos cruzadas cuando el amor, que seguirá siendo amor por siempre, está llamando a vuestras puertas con golpes que no escucháis porque tenéis cerrados los oídos del alma. El amor pide entrar para arrasar con todo el daño cometido. Ya no es momento de ver quién lo cometió, cada cual podría escarbarse en el pecho y encontraría parte de culpa, pero el amor es mucho más que nuestras culpas: el amor es lo único capaz de sanarlo todo.

Si concentráramos todas las banderas existentes en un solo punto, el lugar se llenaría de colorido. Pero la bandera blanca es la que identifica la paz en todos los lugares, esa que no puede reclamarse entre bombardeos, sino que alfombraría la vida de pureza infinita y de valores que aún no se han perdido.

No importa si las guerras surgen por movimientos políticos o religiosos, lo que importa es que el amor quiere vernos unidos y no enfrentados, pues para todos sale el sol cada día y para todos hay un mismo Dios al que podemos dirigirnos con igual o distinto nombre.

Ya basta, por favor. Me tiembla el pulso mientras escribo, porque de vez en cuando, cierro los ojos antes de plasmar un nuevo renglón para el editorial de hoy en éste periódico rociero; y los cierro para imaginar si la Virgen del Rocío, a la que tantas veces imploro la paz para el mundo, está en sintonía con ésta carta que seguramente ustedes no van a leer, pero que no puedo guardar como un pensamiento que pasa para irse. Y sí, lo está, está en sintonía con esos ojos en los que sigo viendo el arma de la que os hablo: el amor. El arma de la omnipotencia, que por más que los hombres son obligados a enfrentarse, permanece dibujada en ese rostro para quien quiera usarla gratuitamente, sin condiciones, sin limitaciones, sin restricciones de ningún tipo… Un Amor hecho para amar y para alimentarse de más amor.

Os los suplico, gobernantes de la tierra: tomad esta arma como la más efectiva. Las otras hacen heridas hondas y provocan muerte. Ésta lo curaría todo y es la única que merece la pena.

Con el amor, en el que creo con todas las fuerzas de mi corazón, os saludo.

Atentamente,

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es