¡Quéjate menos!




Hay quien se pasa la vida en una constante queja. Protestan por todo: si hace calor, si hace frío, si la comida está sosa, si la comida está muy salada, si estornuda demasiado o si hace tiempo que no se resfría para tomarse unos días de descanso.
Hacen de la queja un estado de vida y se acostumbran tanto a ello que, poco a poco, se les olvida reírse, relacionarse, estar bien...

Y es que, quejarse menos es uno de los mejores antídotos para la salud. Es mejor que cualquiera de las vacunas existentes.

Es tan fácil como ponerlo en práctica. No necesita receta, no cuesta dinero, no requiere subvenciones… Son recursos que tenemos en el corazón y que, por mor de pensar continuamente en aquello que no tenemos, que no nos gusta, no nos da la gana de usarlo para alegrarnos y sentirnos agradecidos por lo que sí tenemos, por lo que sí nos gusta, por lo que hemos llegado a conseguir.

Confundimos las metas con los caprichos y, como si fuéramos niños a los que les da una pataleta, acabamos (sin darnos cuenta) exigiéndole a Dios, exigiéndole a la Virgen del Rocío, que nos dé exactamente lo que le pedimos, en la forma y tiempo en la que se lo estamos pidiendo, y si no llega a ser a nuestro gusto decimos: “La Virgen me tiene olvidada”, “Dios se ha olvidado de mí”… Lo hacemos rutinariamente, porque hemos acabado por integrar las quejas en nuestras vidas como algo normal.

Yo quiero proponer un reto, aplicándomelo a mí misma, y es el reto de quejarnos menos. De cambiar la queja por agradecimiento.

Cada vez que se nos venga algo a la cabeza por lo que quejarnos, no nos agobiemos. Si nos viene el pensamiento de que la comida está sosa, cambiémoslo por agradecimiento: “Qué suerte poder comer y poder tener sal para que la comida esté a mi gusto”. Si tenemos calor, demos las gracias por poder tener medios que lo sofoque, ya sea el aire acondicionado, el ventilador o el abanico. Si tenemos frío, demos las gracias por tener calefacción y mantas que nos abriguen. Si no nos gusta nuestra casa, demos gracias porque un día pudimos tener ese hogar por el que otros pagarían. Si no nos agrada ahora la actitud de un familiar, demos gracias por las veces que nos hizo reír, que nos dio compañía y atenciones… Y así, toda una lista de cosas que acabarán tirando las quejas a una cuneta apartada del camino. Porque mientras nos sigamos quejando, seguiremos paralizando nuestros pasos, tendremos falta de visión y sentiremos arañazos en el alma.

Ante la Virgen del Rocío, agradece lo que tienes. Ella se encargará de recordarle al Señor lo que te falta. Ponte en sus manos, pero ponte de verdad, con esa humildad y generosidad de las personas de fe. Después, Ella intercederá y el Señor hará a su antojo, actuará a su modo y no al nuestro, pero siempre, siempre por nuestro bien y a nuestro favor. Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es