Aquí y ahora



Las diferentes etapas que tiene la vida son necesarias y es importante pasar por todas ellas sin querer saltarse ninguna.

Cuando somos niños pequeños deseamos ser mayores, aspiramos a parecernos a alguien a quien convertimos en ídolo y cuando somos mayores deseamos estar siempre jóvenes, manteniendo en el corazón la frescura y la transparencia de un niño.

Es como si el ser humano viviera siempre esa lucha interior entre lo que tiene y no quiere y lo que quiere y no tiene. Por eso es imprescindible no perderse el “Aquí y ahora”, viviendo intensamente cada segundo de la vida, saboreándolo, reteniendo lo que ocurre en cada instante para que nos sirva en lo sucesivo.

En un par de ocasiones le escuché decir a varias personas que tenían la sensación de haber vivido muy deprisa y sentí lástima por ellas. Esa es una expresión patética, porque vivir corriendo es sinónimo de soberbia, de vivir para sí mismo y no para los demás. Es mejor vivir siendo consciente plenamente de lo que se vive, porque si corres para no perderte nada es cuando te lo pierdes todo, te pierdes lo mejor y dejas demasiadas cosas en el camino que luego no puedes recuperar a tu antojo por mucho que te empeñes.

Pero vivir con intensidad cada capítulo de la vida es formar parte de nuestra propia historia, es como si prestásemos a Dios la herramienta con la que poder imprimir su texto. No podemos pretender que nadie nos la escriba, somos nosotros mismos los llamados a escribirla, con ese lápiz imaginario que tenemos siempre a mano aunque no apreciemos sus trazos invisibles.

A trazos se va escribiendo también la historia de los rocieros. Hay personas que pueden llevar medio siglo yendo al Rocío, pero sólo en ciertos momentos pudieron darse cuenta de lo que el Rocío, verdaderamente, les aportaba; fueron esos momentos en los que optaron, ante la Virgen, por el “aquí y ahora” y no pospusieron su encuentro con Ella, no la sustituyeron por otros encuentros de placeres momentáneos y fugaces. La eligieron a todo lo demás. Otras personas han ido sólo una o dos veces y ha sido suficiente para ensanchar el alma y abrirle las puertas a la acción salvadora del Pastorcito, a través de las manos de la Madre.

Aquí y ahora sería la opción adecuada para los que están dispuestos a no perderse nada de lo que la vida nos regala desde que nacemos, sin correr, sabiendo que lo intenso es lo único que queda para siempre.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es