Yo también quiero ser un instrumento de tu paz



A mi admirado, venerado y muy querido Amigo San Francisco de Asís, en las vísperas de su fiesta.

Cuenta la historia que San Francisco de Asís oraba continuamente con esa hermosísima y conocida oración en la que pide al Señor ser instrumento de su paz.

Dice la oración:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allí donde haya odio ponga yo amor.
Donde haya ofensa, ponga perdón.
Donde haya discordia, ponga unión.
Donde haya error, ponga verdad.
Donde haya duda, ponga Fe.
Donde haya desesperación, ponga esperanza.
Donde haya tinieblas, ponga vuestra luz.
Donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Oh, Maestro, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido como en comprender, en ser amado como en amar; porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado y muriendo se resucita a la vida eterna.


Y comprendo que le diera enormes satisfacciones rezarla, porque yo también tengo la enorme suerte de haber sentido interiormente la riqueza que produce orar con algo tan bello.

Llevo a San Francisco hasta en mi nombre, pues a él le debo llamarme así. He aprendido a quererlo, he disfrutado leyendo todo lo que ha caído en mis manos sobre su figura singular, sobre su espiritualidad, sobre su historia y creo que, después de Jesucristo y de María es, sin duda, la tercera persona que ha llegado a fascinarme, porque eso es lo que siento por él, además de un cariño indescriptible: fascinación.

Llegó a mi vida como llegó el Rocío. Antes de nacer, si era niña ya venía con nombre puesto y en la Pila Bautismal, cuando mis padres me acercaban a recibir el Sacramento que me convertía en hija de Dios y miembro de mi Iglesia, creo que el mismo Dios se puso contento del nombre que eligieron para mí, tal vez dictado por Él al corazón de mis padres.
Siento por él auténtica veneración. Su pasado y su conversión estremecedora me han hecho pensar tantas veces en el sentido de mi vida, que muchos de esos esquemas que a veces sentimos que se nos caen, en mi caso, se han debido a él, a la relación que tengo con éste Santo, que para mí es familiar, pues en mi familia materna abunda su nombre, que nos es cercano, porque logramos hacer una preciosa amistad, y fiel porque me lleva constantemente a Jesús y me lo trae a mi vida cuando yo me ausento.

Esta oración la rezo todos los días del año, desde niña. Me da fuerzas para caminar y me templa, como si fuera una guitarra, cuando estoy desafinada.

Así como Jesús me enseñó la Oración del Padre Nuestro, o la Virgen nos enseñó el Magníficat, San Francisco de Asís depositó en mi corazón el grito por la Paz.

Hoy me siento enriquecida y profundamente agradecida porque, junto a mi gran Amor, que es la Virgen del Rocío, soy consciente de que la intercesión de San Francisco de Asís jamás me ha abandonado y si Ella me cubre con su manto, él siempre me tiene tendidas sus manos, invitándome a mirar a Cristo en la Cruz de San Damián, a la que caigo rendida porque me sobrecoge; esa Cruz que un día le habló a él y también nos puede hablar a nosotros en cualquier momento que estemos dispuestos a escucharle.

Creo que es un Santo rociero. Era muy mariano y componía para María cantos y poemas. Su forma de ser y estar siempre estaba envuelta de cantares y alabanzas y si algo distingue al rociero es, precisamente, su alabanza a Dios por medio de la Virgen.

Hacía el camino todos los días, porque si la gente no iba a buscar a Dios, él iba a llevárselos donde estuvieran, sin importarle la lluvia, el frío, la arena, la tormenta...

No quiso para sus hermanos más reglas que las del Evangelio, siguiendo al pie de la letra lo que Jesús nos había enseñado.

... En fin, yo también desearía ser un instrumento de Paz.

Mi editorial de hoy quiero finalizarla con la bendición que San Francisco de Asís daba a los demás y que yo deseo hacer extensible en la víspera de su fiesta a todos los rocieros del mundo:

El Señor te bendiga y te guarde,
te muestre su rostro y tenga misericordia de ti.
Te mire benignamente y te conceda la Paz.
El Señor te bendiga, hermano.


Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es