Creerte más que los demás te hace el menos valioso




La sencillez es la mejor tarjeta de presentación con la que una persona puede llegar a cualquier sitio porque así es como se pueden descubrir las verdaderas grandezas, los dones que a cada uno se nos dieron.

Una actitud altanera no conduce a nada positivo. De nada sirve mirar a nadie ni por encima ni por debajo de nuestro hombro. Todos somos iguales a los ojos de Dios. Hoy puedes estar en la cima del Everest, y sentirte el más poderoso del mundo y mañana rodar hasta el fango más indeseable. Nunca juzgues a nadie por lo que tiene, porque todo lo que tenemos no es más que un préstamo mientras estamos de paso por la tierra. Después, en nuestra partida definitiva, lo material se quedará en la tierra y nosotros nos iremos sin nada más que el bien o el mal que hayamos hecho.

Una vara, un sillón en puestos de relevancia, un cargo que te haga tener a otros a tu cargo, la fama, el dinero, los pisos que acumulas, las cosas que puedes comprar, los lujos, los viajes… Nada de eso es más importante que tu actitud, la forma en la que te tratas a ti mismo y a los demás, el respeto con el que te relacionas, el amor que repartes, la generosidad con la que te entregas.

Hoy puedes estar dando a manos llenas y mañana puedes ser tú el que recibas de aquel a quien le diste. Hoy puedes ser el capitán de un barco y mañana el vagabundo que busca entre las bolsas de basura. Hoy puedes ser el que celebra las fiestas más opulentas y mañana el que no tenga un euro ni para comprar el pan. Hoy puedes tener la mesa con los manjares más exquisitos y mañana el que guarde turno en el comedor social. Hoy puedes lucir la ropa y el calzado más costoso y mañana el que espere una prenda que otros ya no usan.

Jamás nos creamos más que nadie, porque esa será la señal más evidente de lo poco que valemos.

No critiques, no juzgues, respeta. Si un día estuviste mal y ahora estás muy bien, agradece al Señor que te haya permitido vivir ese cambio, pero nunca olvides de dónde vienes ni dónde estuviste.

La clase no está en el dinero ni en la visa que llevas en tu cartera. Tampoco en los países que conoces, en los idiomas que hablas, en el estatus social, en una vida ostentosa ni en las carreras universitarias que pudiste realizar. La clase está en el corazón, en la educación y en el comportamiento que tienes frente a la vida.

Busquemos siempre en la mirada de la Virgen del Rocío la luz que nos permita ser humildes y sencillos como Ella, la luz que nos haga salir de toda ceguera, la luz que nos aclare las ideas, las decisiones, la luz que nos ayude a encontrar soluciones, la luz que ilumine el camino por donde tengamos que ir andando, la luz de nuestros días y nuestras noches.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es