No celebro la muerte: celebro la vida




Jamás he celebrado ni celebraré “Halloween”. A decir verdad, es algo que se intenta introducir desde hace solo unos años, por lo tanto no podemos decir que sea una “tradición” en España cuando, además, no es una fiesta ni una celebración española. Lo digo porque usamos la palabra “tradición” muy a la ligera, y apenas exista algo que se realice durante diez años seguidos, terminamos hablando de ello como si llevara un siglo entre nosotros.

No. No voy a celebrar “Halloween”. Ya le cogí manía en su día a Papá Noel, ese personaje entrañable y simpático también llamado Santa Claus, que está basado en la historia de San Nicolás de Bari. (Conste que contra el bueno de San Nicolás no tengo nada, pues su historia fue toda una lección para la gente de su época y, si nos dignáramos a conocerle un poquillo, también sería una lección para la gente de hoy).

Yo soy de los Reyes Magos desde la punta del dedo meñique de mi pie hasta el último pelo más cortito de la cabeza. Soy de una Navidad intensa y de una espera de la Epifanía, solo y exclusivamente de la Epifanía. En mi casa nunca hemos esperado a Papá Noel ni a Santa Claus, y mucho menos hemos dejado detallitos “porque a otros se los ponen”, ni nada que se le parezca; nunca usaron en mi casa la excusa de que Papá Noel dejase algo porque “así teníamos más tiempo para jugar hasta la vuelta al colegio”. ¡Por Dios, si a Papá Noel solo lo conocíamos porque nos ponían películas que se estrenaban en el cine en tiempo navideño!

Yo espero a los Reyes Magos de una forma apasionante, y me pregunto por qué nosotros, los cristianos, los católicos, los españoles, abrimos tan fácilmente las puertas a otras tradiciones y no tenemos agallas suficientes como para hacer que las nuestras traspasen fronteras, contagien, y arrastren a otros a vivirlas. ¿No hay ningún valiente que se atreva a ello?

De toda la vida, la víspera de la fiesta de todos los santos y, un día después, de los fieles difuntos, se ha celebrado comprando castañas, nueces, dátiles, huesitos de santo y una serie de dulces típicos de estos días, que luego se saborean en la intimidad del hogar, en familia, hablando y recordando a nuestros seres queridos. Se ha celebrado llevando flores a los que un día se nos fueron, rezando por ellos especialmente…

Nunca hemos tenido que disfrazarnos de momias, muertos, brujas, muñecos poseídos, calaveras, seres sangrientos, caras blanquecinas y moribundas, zombis, druidas con guadañas ni demonios espantosos con tridentes amenazadores.

Lo más triste de todo esto es que los colegios religiosos (no todos) y hermandades rocieras y de penitencia (no todas), también se hayan apuntado al carro del miedo. Esto es una de tantas incoherencias, una incongruencia total y absoluta.

¿Tan poca imaginación tenemos que si quisiéramos disfrazar a nuestros menores en una fiesta tan grande como la de los santos, debemos recurrir a esos ropajes espantosos? Habría mil y una posibilidades para hacer especial éstas vísperas si nos lo propusiéramos y no solo en los colegios, porque pueblos y ciudades podrían prodigarse en llevar a cabo toda una transformación y hacer que sus calles sirvan, por ejemplo, para recrear la historia de los santos que entre sus vecinos cuentan con mayor devoción.

Recuerdo ahora mismo a Arcos de la Frontera, tierra hermosa donde las haya, que se convierte en Belén viviente, siendo los propios vecinos los protagonistas. No sé si alguien ha tenido la suerte de verlo, pero si no lo conocéis, os invito a ello porque es algo único y espectacular.

¿Por qué no España entera, en la víspera de todos los santos o “To santos” como decimos por aquí, haciendo historia, defendiendo nuestras tradiciones, llenando de amor nuestras tierras respectivas, y enseñando “lo nuestro” con toda el alma?

Cerremos las puertas al terror y abramos de par en par las puertas al amor, a caras que no vengan a asustar, sino a dejarnos una sonrisa, a aportarnos paz, a sensibilizarnos con el bien y con los frutos del amor. Cerremos las puertas a la muerte y abramos las puertas a la vida.

Es una simple reflexión en voz alta. Total, como en internet se reflexiona tanto… Pues no he podido resistirme de soltar lo que pensaba.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es