Pequeños placeres de la vida




Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos son innumerables los placeres de la vida. Tan innumerables y tan cotidianos que no les prestamos mucha atención.

Abrir los ojos, poner los pies en el suelo, respirar, tener la alegría de despertarnos para ser parte de un día nuevo, las personas que nos rodean, el olor a café recién hecho o a tostadas para desayunar… Todos son motivos de alegría y de agradecimiento que pasan desapercibidos siendo, seguramente, los más importantes de nuestro día a día.

Si fuéramos anotando, uno a uno, esos motivos a diario, nos faltarían hojas donde escribir y, sobre todo, nos daríamos cuenta del valor que tienen porque le damos demasiada importancia a otras cosas más efímeras y pasajeras, y dejamos de lado lo más importante.

Saber agradecer los pequeños placeres de cada día nos puede conducir a recibir cosas mayores, porque quien no sabe agradecer lo pequeño mucho menos sabrá valorar lo grande.

Uno de los más hermosos detalles que vivo es besar cada mañana mi medalla del Rocío al despertar y besarla cuando voy a dormir. Desde ahí, intento que todo lo que haga sea una acción de gracias a Dios, sin soltarme de la mano de la Virgen, que es la que me ayuda y me sostiene en mi caminar, en una jornada cualquiera, en cualquier situación y en todo momento.

A Ella, a la Virgen del Rocío, le encomiendo las palabras que vaya a decir y las acciones que vaya a realizar, suplicándole el perdón si me equivoco y pidiéndole su auxilio en las cuestas empinadas del recorrido.

Debo reconocer que me gusta lo sencillo, que me encanta ver amanecer todos los días, escuchar el canto de los pájaros alborotados en los árboles, el tono de las hojas amarillentas del otoño, y el olor de las flores que nacen ahora y no en primavera, que para eso cada temporada tiene sus flores y sus colores.

Doy gracias a Dios por estar viva, por tener a una familia que me quiere y a la que quiero, por los amigos, que son piezas fundamentales, por mi trabajo y por cosas tan valiosas como tener un hogar, poder comer, poder caminar, poder ver, poder abrazar, poder tener ropa y calzado, poder escuchar…

Es tan grande todo lo que tenemos, que cuando damos gracias no deberíamos hacerlo con la boca pequeña, sino con todo nuestro corazón, porque en esos placeres que parecen tan minúsculos están las auténticas alegrías.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es