La persecución de su mirada




Lo que me dicen sus ojos no lo podría expresar ni hablando, ni por escrito, pero lo que me gustaría es que todo el mundo se atreviera a mirarlos para comprender que no hay respuestas posibles, porque los ojos de la Virgen del Rocío transmiten, conmueven, estremecen, enseñan, liberan, sanan, consuelan, ayudan, descansan, actúan, interceden, alivian, refuerzan, fortalecen, levantan, lloran, sonríen, acarician, ruegan, hablan…

Allí donde estoy siento, cuando pienso en Ella, la persecución de su mirada. Seguramente, se debe a las veces que le he suplicado que no me falte la luz de sus ojos, que ilumine los caminos por donde pase, que sea la lámpara encendida de mi oración y que, en medio de la oscuridad, Ella me acompañe y disipe mis miedos y sea el faro que acabe con todas las tinieblas.

Me persiguen y yo no hago ningún esfuerzo por escapar, porque si tengo su luz lo tengo todo; si la tengo a Ella nada debo temer.

Exactamente igual que cuando en la Salve cantamos aquello de “Aunque mi amor te olvidare, tú no te olvides de mí”, así es una de mis oraciones más simples cuando voy a verla, cuando busco mi rato de intimidad a sus plantas: “No apagues la luz de tus ojos, aún cuando yo crea que todo está oscuro”.

Y así viene siendo desde que tengo uso de razón, sé que soy perseguida por la mirada de la Virgen del Rocío, porque cada vez que me paro a mirar sus ojos no me queda más remedio que mirar adonde Ella mira, donde todos estamos a salvo, donde la salvación y la redención y la vida están aseguradas.

Me detengo en sus ojos y se me detiene el tiempo, es como si el reloj no estuviera por la labor de hacer girar las manecillas, y es en la misericordia que en ellos se derrama donde veo pasar mi vida, desde mi infancia hasta la actualidad. Los ojos que siempre me han perseguido, sin acosarme, vigilando por donde mis pies pisaban, aguardando que unas veces me alejara y celebrando las veces que volvía a su corazón.

Y eso es lo que anhelo hasta mi último aliento, la persecución de su mirada, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es