Oración, fe y perseverancia




Recién empieza un día, se reactivan las ganas de que logremos hacer funcionar lo que no funcionaba ayer, podamos hacer lo que ayer no hicimos, retomemos lo que no sabemos cuándo dejamos sin terminar… Se reactivan las ganas, la ilusión, las buenas intenciones.

Conforme avanzan las horas, vemos que repetimos las mismas conductas, los mismos patrones y, seguramente, esperemos al día siguiente para estar en un punto de partida del que no logramos salir. Entonces vienen los desánimos, las frustraciones y el “quiero pero no puedo”.

Me pregunto por qué queremos empezar siempre por el final, si realmente todo fin tiene un principio.

Muchas veces sería conveniente que todas las personas se tomaran un tiempo para saber qué es lo que desean, qué es lo que quieren, cuáles son sus objetivos, adónde desean llegar. Si eso no está claro, da igual lo que hagas, porque tu corazón y tu mente andarán dispersos, perdidos, sin un punto fijo al que mirar y por el que se está dispuesto a ir salvando obstáculos, aprendiendo y cosechando éxitos, siempre y tantas veces hagan falta.

El primer paso para ello es la u>Oración.

Nuestra sociedad parece que quiere vivir alejada de Dios, pero Dios es amor, es luz, es claridad, es “camino, verdad y vida”. Y por ese orden, y con sencillez, y con humildad, debemos acercarnos al dueño de todo lo creado, incluido nosotros.

En la Oración nos despojamos de lo que nos pesa, y pedimos al Señor su luz para que nos ayude a conocerle más y mejor, a conocernos a nosotros mismos interiormente, a saber cuál es nuestra meta, cuál es sinceramente nuestro sueño, para que Él vaya por delante, haciéndonos descubrir el camino, que tendremos que recorrer con la más profunda verdad y por fin, hacerlo vida. Todo es obra de Él.

El segundo paso es la Fe.

Si tenemos fe ya tenemos gran parte del terreno ganado. Porque sin fe nada se consigue, nada se obtiene, nada se gana. Sin fe no hay milagros.

Cuando sentimos lo débil de nuestra fe es cuando tenemos que buscar a la mejor aliada, María, nuestra Madre, esa a la que los rocieros llamamos Rocío, y jamás soltarnos de su mano, y decirle que si nos ve titubear y dudar sobre el poder de Dios, actúe Ella en lugar nuestro, para que no se note nuestra falta de confianza. Ella es maestra de oración, templo del Espíritu Santo y, por eso, entrar en su corazón es tener la certeza de que estamos con el que todo lo ve, todo lo escucha, todo lo atiende, todo lo da.

Y el tercer paso es la Perseverancia.

Una vez que tienes claro lo que quieres, cuando antepones a Dios en tu vida para que sea Él quien actúe a tu favor, tienes fe y caminas de la mano de la mejor aliada, ya solo tienes que perseverar. Fallarás cientos de veces, pero sabiendo que no estás solo y creyendo que tu confianza está a buen recaudo. Te equivocarás de camino, pero jamás te faltará la luz para que encuentres justo el que te lleva a tu sueño. No es el sueño ni el objetivo el que hay que abandonar, solo hay que enderezar el rumbo, reajustar los pasos, tomar atajos, encontrar senderos colindantes…

Confía, confía y siempre confía, porque ponerse en las manos del Señor y dejar que la Virgen se ocupe de todo lo nuestro es triunfo seguro.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es