Como el perro que vuelve a casa




Hace apenas unos días me han contado una hermosa historia que hoy quiero compartirles, después de haber reflexionado sobre ella.

Una familia amiga, cuando se preparaba para sus vacaciones, en la primera quincena del mes de agosto, dejó a su perro al cuidado de un familiar. El animal sufrió durante la separación y después de seis días de haber visto cómo se marchaban sus dueños, se escapó de la pequeña caseta del jardín de la parte trasera de la casa en la que, provisionalmente, viviría durante quince días.

El disgusto de su familiar fue tal que casi llega al borde del infarto, cuando tuvo que dar la noticia a aquellos que le habían confiado a Mechón, nombre del protagonista de mi editorial de hoy.

Realizaron una búsqueda intensa pero no había rastro de él.

Las vacaciones resultaron espinosas a partir de ese momento para los miembros de la familia, especialmente para el mayor de los hijos que, a pesar de haber escuchado todo tipo de argumentos, seguía incómodo de no haber llevado a tan fiel amigo con ellos, porque nada de lo que le dijeron le convenció de haber hecho lo correcto.

Esperaron unos días, confiando que aparecería de un momento a otro, pero las noticias siempre se repetían desde el otro lado del teléfono: “no lo hemos encontrado”.

Decidieron no seguir de vacaciones y volver al hogar con la intención de hacer cuanto pudieran para recuperarlo.

Para sorpresa de sus dueños, Mechón estaba tumbado, sobre el felpudo, en la puerta de entrada de su casa, aguardando la llegada de sus amos.

Probablemente no es una historia que nos resulte nueva. Hay películas que basándose en este tipo de hechos reales, han logrado grandes éxitos de taquilla, pero nunca pensamos que nos puede pasar a nosotros o que alguien muy cercano haya vivido algo semejante.

Y creo que historias como estas deben removernos por dentro y recordarnos el valor impresionante que tiene la familia, la fidelidad que nos debemos los unos a los otros y el respeto que tenemos que promover en todo momento desde ese hogar en el que nos sentimos a salvo y del que nunca queremos escapar y mucho menos queremos que nos aparten.

Hay una expresión en la Biblia que me resulta enternecedora, y que compara a Dios con la gallina que reúne a sus polluelos para tenerlos a todos juntos.

A veces, de las cosas más simples obtenemos grandes lecciones. Y si Dios es capaz de utilizar esa metáfora para hacernos entender la grandeza de su Amor, cuánto más deberíamos esforzarnos nosotros, que somos sus instrumentos, para practicar la lealtad a la familia, el compromiso de conseguir un hogar seguro, tan seguro que siempre podamos regresar a él, sabiendo que tarde o temprano, el dueño de la casa nos abrirá la puerta cuando nos encuentre esperando.

Algo así es lo que le ocurre a muchos rocieros con la Virgen: Pueden sentirse abandonados, pero siempre acaban volviendo a Ella, porque eso jamás lo haría tan buena Madre. Ella nos abre las puertas de su ermita y, sobre todo jamás nos cierra las de su corazón.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es