Penas y alegrías




Quien más y quien menos le confía a la Virgen sus penas y alegrías, con la esperanza de que Ella es la mejor intercesora para gestionar ante el Señor lo que nos ocupa el corazón.

Decimos de forma coloquial que tenemos el corazón triste o contento, que en él guardamos lo que nos duele y lo que nos libera, pero cuando estamos al borde y solo sentimos el peso de la incertidumbre y del desasosiego, nace en nosotros una necesidad imperiosa de Dios, al que podemos llegar tantas veces como deseamos, pero a quien es más fácil todavía acercarse de la mano de la Virgen.

En Ella, en su amoroso Rocío, nos abandonamos con confianza, nos tiramos a sus brazos sin miedo, porque siempre los tiene extendidos para amortiguar nuestras caídas, como hacen los niños pequeños cuando dan sus primeros pasos.

En Ella, en su corazón de Madre, descansamos de los trajines de cada día, de la impotencia que, ante determinadas situaciones, a veces sentimos, de las dudas que pretenden amenazar nuestra fe, de los errores que sabemos que hemos cometido y en los que, con su ayuda, no queremos volver a caer, de las heridas aún abiertas que ansiamos cerrar, sanar de manera definitiva.

Y es que, si algo tiene el corazón de la Virgen, es sitio para acoger a todos sus hijos, con esas penas y alegrías que son parte de sus vidas y que Ella, como nadie, conoce, porque ninguno de sus hijos pasa desapercibido bajo su mirada y ninguna circunstancia le es indiferente. Su corazón puede con todo.

No siempre nuestros corazones están en sintonía con el suyo, pero Ella no toma en cuenta la ligereza con la que nos aislamos de su amor, porque su amor sigue intacto para continuar desgastándose por aquellos que alguna vez acudieron a sus plantas con confianza. Las penas y las alegrías caben en sus manos, unas manos que nunca nos sueltan, por más que nosotros pretendamos soltarnos, creyendo que solos lo podemos todo.

Con gratitud, con humildad, con anhelos, con los baches y badenes de la vida, y el camino que vamos andando, al que no le faltan curvas, grietas ni piedras, pero que también cuenta con flores, valles y mares que nos devuelven el aire renovado; con todo lo vivido y lo que nos queda por vivir, yo elijo seguir confiando en Ella, porque es puente seguro a la verdadera salvación.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es