¿Y por qué callarnos?




Quiero manifestar en voz alta y públicamente mi repulsa, disconformidad y condena contra la oleada terrorista que sufrimos los católicos en algunos medios de comunicación.

No os habéis equivocado al leerme, porque tampoco me he equivocado yo al escribir lo que he querido dejar escrito.

Podría ser la palabra una fuente de vida, así nos lo dice Jesucristo en los santos evangelios, pero también se nos dice que es un arma de doble filo y, mal usada, puede atravesar lo más recóndito de las entrañas cuando no escatiman en atacar lo sagrado para herir sensibilidades y hurgar en lo más íntimo del ser humano que es donde más cuesta cerrar una herida.

Hay cadenas televisivas, emisoras de radio y prensa escrita que no evitan que aquellos que elaboran un programa, o desarrollan un artículo, empuñen lanzas contra los almonteños, contra los rocieros, contra la imagen de la Virgen del Rocío, contra los cristianos, en definitiva, ridiculizando sin piedad a la que tantas veces miramos implorándole misericordia.

No voy a caer en el tópico de lo ya manido y tantas veces escuchado sobre si seríamos capaces o no de atentar de igual modo contra los símbolos sagrados de los musulmanes, porque ellos tienen tanto derecho como los cristianos de profundizar en su fe y de ahondar en su religión, si esta les lleva a una espiritualidad firme, profunda y esperanzada.

¿Cómo podría hacer ese tipo de comparaciones, si no hay una sola que no sea odiosa y si en tal caso no estaría imaginándome egoístamente lo que no deseo para mí?

Pero por esa misma razón, ruego que tales sarcasmos y, repito, atentados contra nuestra religión, sean evitados y suprimidos de los medios de comunicación. Ruego que no se utilice la palabra como si esta tuviera la empuñadora de una espada afilada con la que apuntar al alma para matar parte de nuestras costumbres, raíces y sentimientos, tan olvidados hoy, en una sociedad que parece haberse acostumbrado a la violencia en lugar de trabajar incansablemente para recuperar la llamada del amor.

Parece que en este momento me estuviera quitando un peso de encima, parece que me hubiera convertido en Hércules para ejercer presión hacia arriba con los brazos alzados mientras tantos pierden su tiempo intentando que yo u otros que no nos avergonzamos de ser lo que somos, de sentir lo que sentimos y de querer lo que queremos, quedemos sepultados por el escombro del olvido.

Y no, yo no lo voy a hacer. Yo no quiero que mi voz se calle ni se callen las voces de los creyentes, de los cristianos, de los rocieros.

Es posible que los que pisotean sádicamente nuestras creencias no se hayan encontrado jamás frente a la imagen de la Virgen ni hayan descubierto lo que para tantos significa; el día que eso ocurra y que sea Ella la que atraviese de lado a lado sus corazones, con la fuerza simpar de su mirada, los noticieros se encargarán de contagiar al mundo de esperanza, de Rocío, de caridad y de buenas nuevas.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es