Mucha evolución tecnológica y mucho retroceso del corazón




Avanzamos tan rápido, que parece increíble todo lo que a muchos nos ha tocado vivir. Hemos sido testigos de cambios tecnológicos asombrosos, y aún no lo hemos visto todo. Algo me dice que eso nos ha beneficiado en parte, pero nos ha perjudicado también.

Ahora nos pasamos la vida con los ojos pegados a una pantalla: de móvil, de ordenador, de tablet… Y eso nos ha separado de mirarnos a los ojos. Hablamos por lo que nos escribimos, pero estamos dejando apagar el sonido de nuestras voces.

En lugar de reírnos a carcajadas, usamos animaciones que avisan de lo que nos ha hecho gracia o no nos ha gustado nada. Le escribimos a personas a las que no vemos: “Tengo muchas ganas de verte”, pero nos vemos y se prioriza lo que el móvil nos enseña, lo que se cuece en las redes sociales, lo que da de sí éste o aquel cotilleo, las partidas que todavía quedan por ganar en los juegos adictivos que justificamos como “relajantes”, sin darnos cuenta de lo atrapado que estamos.

Es impresionante lo aislados que vivimos, y cómo un aparatito lleno de luces en nuestras manos acaba dirigiendo nuestras vidas.

Ya no disfrutamos viajando, comiendo con los amigos, o compartiendo un rato de risas. Ahora se disfruta presumiendo qué comemos, dónde estamos y con quién, dejándonos llevar y manipular por el mundo irreal de la apariencia.

Vamos al Rocío, a ver a la Virgen, y lo primero que se saca del bolsillo o del bolso (si ya no se lleva en la mano), es el móvil. En la reja, no se tiene respeto por los que rezan. Los que se mueren, si no dicen que están allí, tocan el hombro del que está orando para que, por favor, se quite y así poder hacer su foto.

Y qué decir de la procesión, ahora suenan menos palmas porque están ocupadas por miles de aparatos encendidos queriendo grabarlo todo, y justo se acaba perdiendo todo en el corazón. Se acaba perdiendo, sí, porque cuesta creer que estemos allí para vivirlo y, en cambio, prefiramos verlo a través de un minúsculo cristal.

Mirémonos a los ojos, riámonos en vivo y en directo, dejemos el móvil a metros de donde estamos, abracémonos de verdad. Los que tienen hijos, los que tienen padres, hermanos, amigos, jueguen con ellos, disfruten de su compañía, hablen con ellos, paseen…

Todo se acaba antes de lo que imaginamos, y nos va a doler el alma lo que nos perdimos de la vida, que tiene su propia evolución, para tener más tiempo para la puñetera pantalla. Fuera de ella, la vida sigue, está el verdadero mundo.

A la Virgen del Rocío se lo encomiendo, junto con tantas otras cosas en las que necesitamos crecer.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es