Tú también puedes ser inmigrante



Las costas españolas ven llegar a sus orillas a los inmigrantes que consiguen el objetivo en unas condiciones infrahumanas, estafados a cambio de la promesa de un maravilloso bienestar.

Unos alcanzan la meta y logran escapar de la extrema vigilancia que se extiende en su travesía. Otros pierden la vida, víctimas del engaño y de un viaje duro y trágico que termina convirtiéndolos en cuerpos yacentes a merced de las olas.

Huyen de la desesperación y la pobreza, de un presente que no les ofrece nada y de un futuro inexistente porque su lucha consiste en sobrevivir a base de adversidades. Y vienen buscando hacer realidad un sueño: tener trabajo, ganar dinero para enviarlo a las familias que han dejado atrás y conseguir un nivel de vida adecuado que les devuelva la dignidad perdida.

Viajan en “pateras”, un nombre que no nos era familiar hasta que ellos la usaron para llegar a este otro lugar del mundo, tan distinto y tan parecido a la vez. Nos diferencia el color de la piel, todo lo que hay debajo es lo mismo: barro con el que Dios trabaja día y noche.

No son inferiores a nadie, porque nadie está por encima de otro. Los que se quedan, los que luchan por obtener los papeles que le dan autoridad para ser uno más entre nosotros, dan grandes lecciones: trabajan en tareas que nadie quiere por sueldos irrisorios que para ellos son una fortuna.

Lo doloroso es que el mundo que esperaban encontrar nada tiene que ver con las falsas promesas con que los convencieron para que realizaran su largo viaje.

Se encuentran con un país en crisis, cuyo número de parados aumenta por minutos y cuyas perspectivas inmediatas son desoladoras y poco esperanzadoras para nadie. Un país del que no puedes huir como ellos huyen del suyo para trabajar en otra parte del mundo, porque el mundo entero está atravesando ésta marea peligrosa para los bolsillos de cualquier ciudadano.

No olvidemos nunca que nadie está exento de padecer nada, que hoy nosotros recibimos, y ayer nos recibieron a nosotros y mañana... sólo Dios sabe si tú también puedes ser inmigrante.

No los sueltes de tu mano, Madre Santa del Rocío.

Francisca Durán Redondo.
Directora de periodicorociero.es