Decir y hacer. Actuar con coherencia.




El movimiento se demuestra andando. En eso estamos todos de acuerdo. ¿De qué te sirve decir que vas a estudiar si no coges un libro? ¿Para qué dices que estás deseando trabajar si eres incapaz de enviar un solo currículum? ¿No te parece absurdo pedir perdón para seguir actuando del mismo modo? ¿Por qué criticas en los demás aquello que tú mismo haces? ¿A qué se debe ese empeño de no perdonar a tu prójimo si tú tienes mucho más por lo que pedir disculpas? Demasiadas preguntas para comenzar la editorial de este día en periodicorociero.es – Periódico digital rociero. Pero les puedo asegurar que son preguntas que, en los distintos campos y situaciones de mi vida, me hago a mí misma para reflexionar y actuar en conciencia o, al menos, no dejar de intentarlo.

Y es que de un tiempo a esta parte, no sé si la situación de pandemia también ha contribuido a ello, me replanteo cosas, no es que sean demasiadas, pero las pocas que hacen que escudriñe el corazón y la cabeza me valen para tomar decisiones y elegir lo realmente importante.

Valoro el tiempo, porque el que se fue no va a volver, pero el que tengo por delante, que pueden ser minutos, horas, días, meses o años, es un tesoro para hacer el bien. Lo que esté fuera del bien no tiene ningún sentido y nada vale.

Nadie se fue de este mundo con los pisos que compró, el dinero que ahorró, las joyas que guardó, la fortuna que cosechó… Porque en menos de lo que dura un chasquido de dedos, igual que un día fuimos invitados a la vida en cualquier momento seremos invitados a culminarla.

La pandemia no se ha llevado dinero, se ha llevado a personas y mientras sigamos quedando personas tenemos la obligación de tratarnos mejor, de respetarnos más, de querernos bien, de dar y recibir amor, porque ese es el único y verdadero fin para el que fuimos creados: el amor.

Solo importa el amor que das porque eso será con lo que te presentes ante Dios cuando te toque partir a su encuentro definitivo.

Le pido a la Virgen del Rocío, con todas las fuerzas de mi alma, que me permita decir que la quiero y actuar en consecuencia con ese amor que expresan mis palabras. Le ruego que la gracia de Dios de la que Ella está llena, sea la misma que también llene mi vida. Que sus ojos sean un río de luz que jamás me dejen perderme en el camino, su corazón la almohada en la que pueda descansar cuando las fuerzas me falten y sus manos las que me sostengan en los momentos que menos me gustan y las que me templen en aquellos en los que la alegría y las satisfacciones me visitan.

Le suplico que todo lo que diga y haga pase por la luz de su mirada, y que me enseñe a amar como Ella, sin otro interés que el de mostrar, con sencillez y del mejor modo, al que lleva en sus manos, que es el amor inagotable.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es