Menos golpes de pecho




Muchas veces deseamos actuar de una forma y hacemos justo lo contrario a nuestros deseos. Se crea entonces una lucha interior dolorosa que, para los que intentamos vivir según los valores cristianos, es peor que cualquier batalla.

Podrían servirnos millones de ejemplos, pero escogiendo solo algunos, ¿a cuántos no nos ha pasado que queremos contestar mejor a los demás, sin dejarnos llevar por el cañón que a veces sale de nuestra boca y terminamos sacando la peor artillería? ¿Cuántos queremos ayudar más en casa y nos pegamos al sofá como si fuéramos parte de su tejido? ¿Cuántos decimos que de hoy no pasa que llamemos o visitemos a ésta o aquella persona, familiar, amigo y vamos dejando que el calendario siga despojándose de sus hojas sin haber dado el mínimo paso?

Ser cristiano no es que por darnos golpes en el pecho cuando rezamos “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa” en el Yo confieso, estemos inmunes a meter la pata, a equivocarnos, a tropezar cientos de veces con la misma piedra. Ser cristiano no es que desaparezcan nuestras miserias de la noche al día. Ser cristiano no es llevar una aureola en la cabeza para que tengan que besarnos la mano o hacernos reverencias por ello.

Ser cristiano es, sencillamente, coger la cruz y seguir a Jesús. Una cruz que va llena de astillas, que arrastra espinas de los cardos del camino, que cuanto más pesa más debemos abrazarla para que el Señor aligere el peso y que solo quienes se la echan al hombro con dignidad llegan a puerto seguro.

Ser cristiano es ser conscientes de que cada sendero que tomemos tendrá socavones y baches, tierra dura y arenas que nos hunden hasta la cintura, obstáculos que vencer, y atajos que nos devolverán a tramos llanos con mejores paisajes, exactamente igual que ocurre con el camino del Rocío, que solo los que siguen andando terminan llegando a las plantas de la Virgen.

Cuando escucho esa típica expresión dirigida a alguien, generalmente, que asiste a la eucaristía, participa de los sacramentos, es activo dentro de la Iglesia, de “Menos golpecitos de pecho y mejores acciones”, me doy cuenta del desconocimiento que existe sobre la vivencia cristiana en profundidad. Porque un cristiano auténtico se exige día a día mejorar, y vive una continua pelea entre sus propósitos diarios y el examen de conciencia al final de cada día, que es cuando se enfrenta a la realidad de sus mínimos logros y sus muchos errores. No como un gesto de masoquismo, sino como una ofrenda humilde al único que puede hacernos cambiar por dentro.

Pero contamos con el mayor de los tesoros y es el amor de Dios que está por encima de nuestras buenas obras y de nuestro saco de defectos. Él no nos quiere porque seamos intachables, Él nos quiere tal como somos y lo único que nos pide es que confiemos en su Gracia con la que todo se supera.

Por eso, cuando al rezar el Ave María, decimos a la Virgen “llena eres de gracia, el Señor es contigo”, tendríamos que mirarla a los ojos imaginando su encuentro con el Ángel Gabriel, y pedirle que nos dé la capacidad de ser más confiados, de hacer más fuerte nuestra fe y más generosa nuestra entrega, para que allí donde nos encontremos, vean en nosotros un reflejo del Señor, que es el que nos conforta en nuestra debilidad y confía en nosotros muchísimo más de lo que sus hijos confiamos en Él.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es