La montaña rusa




Hay días, como hoy, en los que desearía escribir sobre muchas cosas y no sé cuál debería ser la primera.

No todos los días se tiene el mismo ánimo a la hora de ponerse frente al papel en blanco. Cuando ese ánimo está arriba, todo parece querer girar en torno a la alegría y el entusiasmo que se tiene. Cuando, por el contrario, el ánimo está en sus horas bajas, cualquier frase tiende a reflejar nuestra vulnerabilidad.

En esta montaña rusa de tantas curvas, subidas y bajadas bruscas y velocidad de vértigo, causadas por la pandemia que seguimos viviendo, es fácil que el ánimo esté unas veces en un lugar u otro de la misma, y unas veces sentimos que estamos a punto de alcanzar la cima y otras que caemos en picado, aunque justo antes de caer, algo amortigua el golpe e impide que caigamos del todo, y nos permite, otra vez, coger impulso.

La mano de Dios nos sostiene y no podemos permanecer un segundo más ignorando su misericordia y la bondad con la que nos cuida. Él amortigua nuestros golpes, está cerca de nosotros cuando más débiles nos sentimos y nos arropa dándonos la intercesión de la Virgen, que es el puente que podemos recorrer tantas veces como deseemos para encontrarnos con Él cuando las fuerzas nos falten para caminar solos.

Podríamos hacernos una pregunta: “¿En qué punto de la montaña me encuentro ahora?” y responder a la luz de la Palabra, desde la humildad del corazón, pidiéndole a la Virgen del Rocío la serenidad de sus ojos para ser conscientes, ya no solo del momento que vivimos, sino del momento en el que nos encontramos.

Porque da igual el momento y el lugar en el que estemos, la intercesión de nuestra bendita Madre va a garantizar que estemos siempre presentes ante Dios, y la mano de Dios continuará sosteniéndonos, incluso cuando no seamos capaces de darnos cuenta de ello.

A veces, las curvas de la montaña, sus cuestas empinadas, nos hacen perder el equilibrio, pero no estamos solos en el camino. Pongamos siempre la vista en el que tiene poder para allanarnos los caminos y levantar las piedras que nosotros no podemos.

Más que nunca debemos tener fe, fortalecer nuestra confianza y no dejar pasar un solo día sin orar para que la Virgen nos mantenga en la paz del Señor, que es capaz de transformarlo todo.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es