La prudencia: un Don preciado



Una de las virtudes que más me agrada ver en los demás es la prudencia. Quienes la poseen no saben lo que tienen, porque es un don de un valor incalculable. Los prudentes no preguntan para saber más de lo que nadie quiere que se sepa, siembran confianza para convertirse en confidentes sin necesidad de preguntar.

Con una persona prudente vas al fin del mundo, con alguien que carece de prudencia es preferible no avanzar demasiado en el camino.

El imprudente actúa para sí mismo, a su conveniencia, a su antojo; busca de ti lo que en el momento le apetece, te incita a actuar a su favor para conseguir sus fines. Pero el prudente no te pondría jamás en un compromiso, aparcaría sus planes para no entorpecer los tuyos.

Una persona prudente sería incapaz de traspasar la línea de la intimidad de cada persona. Lo que para ti es privado lo respetaría más aun que si fuera su propia privacidad.

Una persona prudente reconoce un error, se disculpa y rectifica. El imprudente tiene excusas hasta para justificar su falta.

Una persona prudente está más cerca de escuchar la Palabra de Dios porque la imprudencia nos vuelve sordos y ciegos.

Ser prudente no es sinónimo de “no hablar por no ofender”, es hablar cuando se debe, aclarar cuando es preciso y callar cuando el silencio también expresa lo que no somos capaces de expresar con la palabra.

Si de algo está necesitada esta sociedad de la apariencia, de las prisas, del afán por el dinero y el poder, de la mediocridad y el “todo vale”, es de prudencia. Es urgente que la Virgen del Rocío esparza sobre nuestros corazones buenas dosis de la prudencia con la que Ella vivió su seguimiento y fidelidad al Pastorcito Divino, porque cuando la recibamos y sepamos administrarla como regalo venido de Dios, llegaremos adonde nos propongamos y seremos dignos merecedores de la confianza del prójimo.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es