Tú eres, Rocío, nuestra esperanza




Con agradecimiento escribo la editorial todos los días porque, cualquier momento para hablar de la Virgen, para destacar algún matiz del movimiento mariano rociero, para ensalzar la universalidad de su devoción, para izar la bandera de nuestro amor por Ella, es motivo de esperanza, de ilusión y de dar un paso más hacia la humildad y hacia la “imitación” de los valores que envolvieron a María.

Nada hay que nos pueda ayudar tanto a mejorar un poquito cada día, como acercarnos a la figura de la santísima Virgen fijándonos en su actitud, en su aptitud y en su capacidad de entrega. La generosidad del sí de la Virgen cambió por completo el rumbo de la humanidad, despertó conciencias, rompió esquemas, zarandeó a los corazones más duros hasta conseguir reblandecerlos y recordarles que estaban hechos de carne.

Esa generosidad inmensa es digna de ser tenida en cuenta en este tiempo de Cuaresma que culmina mañana, Jueves Santo, antes de la misa de la Cena del Señor, un tiempo de interiorización fuerte, en el que podemos decirle a Dios que reconocemos nuestra condición de hijos suyos, y que estamos dispuestos a ser en sus manos como el barro del que solo Él puede ser alfarero.

Es impresionante cómo un “Sí” puede cambiar una historia y, nuestra historia, la de los cristianos, la de los rocieros, tuvo en el “Sí” de María la llave de nuestra transformación interior.

¿Cuántos de nosotros no hemos sentido que después de haber orado frente a la sagrada imagen de la Virgen del Rocío, se nos rompía algo por dentro? ¿No habéis notado en su mirada la invitación a la conversión? ¿No habéis visto en sus manos dónde debe estar nuestro centro? ¿No sabéis que esas manos están llenas de gracia, sujetando la salvación?

En mis ratos de intimidad con Ella, jamás dejo de hacerle una súplica: Que tú seas siempre mi esperanza. Porque mientras Ella mantenga en pie nuestra espera, estaremos ejercitando la paciencia, mientras Ella sea la fortaleza de nuestra fe, estaremos afianzando los cimientos en Cristo, nuestro Pastorcito Divino, y mientras la fe sea robusta -por muy pequeña que sea-, saldremos adelante cogidos a su mano, dándole gracias por lo bueno que nos pasa y por lo que no es tan bueno también, porque todo forma parte del plan de Dios para con cada uno de nosotros.

Reconozco que el Rocío, vivido y sentido desde lo más profundo del alma, te cambia por completo la vida. Si no se produce ese pellizco que te hace despertar del letargo, no se está viviendo correctamente la devoción a María, algo dejamos atrás en nuestro encuentro con Ella, porque no hay una esperanza más firme que la que se descubre en sus ojos, que la que se sostiene en sus manos.

A sabiendas de que no soy perfecta, de que llevo sobre mis hombros el peso de una mochila llena de fallos e imperfecciones, invito a todos los que ahora me leéis a que hagáis el camino del Rocío hacia adentro, hacia la ermita de nuestros corazones, y que allí nos sentemos a solas con la Virgen, en silencio, dejando que Ella sea la que inunde de la Palabra hecha carne nuestro silencio; permitiéndole que sea para siempre nuestra esperanza.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es