Mi trébol de cuatro hojas



Una vez leí la historia de un Rey que mandó a dos de sus siervos a buscar en el bosque un trébol de cuatro hojas. Les dijo que aquel que antes regresara a palacio con el trébol sería gratamente recompensado.

Se fueron los dos, cada uno por su lado, a buscar la antojada planta del Rey. Y así, conforme fueron pasando los días, uno de los siervos desistió de seguir buscando dando por imposible el hallazgo que le había sido encargado e intentando que su compañero también abandonara lo que él ya había designado era una pérdida de tiempo.

Pero el otro siervo siguió buscando con ilusión el trébol de cuatro hojas. Repasó el bosque cientos de veces, anduvo sobre sus mismos pasos una y otra vez y no quedó ni un solo rincón del paisaje que pisaba sin haber sido andado por sus pies ni rastreado por sus ojos.

Mientras luchaba por encontrarlo le dio tiempo a pensar en muchas cosas. Y decidió que no volvería a palacio sin haber cumplido su objetivo, ya no por el Rey sino por ser fiel a sí mismo y a su compromiso.

Ciertos habitantes del bosque le dijeron que aquel lugar no era el idóneo para que los tréboles crecieran. Necesitan humedad y unas condiciones adecuadas para que afloren y, aquel siervo recordó que en su paseo había visto un arroyo y marchó de nuevo al arroyo. Cogió agua en el cuenco de un tronco, delimitó con ramitas diminutas una pequeña parcela que iba humedeciendo amorosamente, en la que daba el sol y la sombra, fue creando con asombrosa paciencia y sin desanimarse las condiciones propicias y esperó un día y otro hasta que empezaron a nacer plantas y, entre ellas, nacieron tréboles y, entre los tréboles, encontró el único de cuatro hojas que necesitaba para dar por cumplido el deseo del Rey y por premiada su perseverancia.

Cuando volvió a Palacio, el Rey mandó llamar al otro siervo que se quedó estupefacto al ver a su compañero con aquella planta en sus manos. Se había encargado de ironizar acerca de una insistencia vana por parte del que quiso continuar en su empeño, por encima de la adversidad, por encima de los que no creían en su tesón, por encima de los que pensaron que era inútil seguir gastando energías, hasta llevarse consigo lo que le habían pedido que llevara.

El Rey estaba maravillado por la tenacidad del joven que hubo de esperar fríos, vientos y soles para que el milagro se produjera.

En resumen esa es la historia que contaba el libro y que a mí me hizo pensar en la Virgen del Rocío, nuestra Reina, y en nosotros que somos sus siervos, y en lo que Ella espera de nosotros, y en lo que nosotros somos o no somos capaces de darle, dependiendo de que nos posicionemos con los que se dan por vencidos o con los que siguen luchando, aunque para ello tengan que crear las condiciones adecuadas y propicias para que en la vida también seamos capaces de hacer nacer, -donde parece imposible-, un trébol de cuatro hojas y llevárselo a Ella como una ofrenda al Rey que tiene en sus manos.

Pensaba en las veces que le decimos: “Madre mía, ven pronto en nuestra ayuda, haznos un milagro, ayúdanos”. Y Ella nos va dando los medios necesarios para que los utilicemos y Dios se convierta otra vez en Creador y nos convertimos en instrumentos suyos y otra vez sentimos en lo más íntimo del ser que Dios es Omnipotente y que para Él no hay nada imposible y que a pesar de pasar fríos, vientos y soles, todo se puede alcanzar si de corazón lo crees, trabajas por ello y lo esperas con paciencia y con una sonrisa en el alma.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es