El púlpito de la Virgen del Rocío el lunes de Pentecostés



La procesión de la Virgen del Rocío es lo más bonito que puede vivir un rociero. En ella se puede caer en la cuenta de numerosos matices que, desde que la Virgen sale hasta que vuelve a su Ermita, no pasan desapercibidos.

Tengo la enorme satisfacción de presenciar la procesión al completo desde que era una niña y si algo le suplico cada vez que la veo es que me dé fuerzas para poder seguirlo haciendo mientras viva. Es algo que me llena tanto que intento que no se me escape un detalle y si alguno se me pasa por alto, que también es normal, siempre aprendo algo nuevo en ese hermoso paseo que los almonteños regalan a su Patrona el Lunes del Rocío.

Esta pasada romería, entre otras muchas cosas, me dio por fijarme en los Sacerdotes que, subidos a hombros, entonan la Salve para que los hermanos de la Hermandad a la que en ese momento visita la Virgen, puedan rezarla de forma unánime.

Perdí la cuenta de cuántos de ellos lloraban cuando la tenían cerca y me sorprendía de los pocos que aguantaban el tipo, tragando saliva para no derrumbarse mientras rezaban, porque casi todos terminaban embargados por la emoción del sentimiento que provoca la mirada de la Virgen.

Pensaba en qué estarían sintiendo ellos en ese instante, cómo se verían a sí mismos cuando el paso de la Reina de las Marismas se aproximaba al Simpecado y se ponía a su altura, parada en esos minutos que sirven para toda una vida y mecida por un mar de amor que esa noche se vuelve bravío para que llegue a todas partes.

Me conmovía ver a los Sacerdotes llorando como niños, llamando a la Señora con los brazos en alto, moviéndolos precipitadamente para traerla antes hasta ellos, implorando su presencia con frases emotivas y palmas que arrastraban la alabanza a nuestros labios y cuando empezaban la Salve lo hacían a trompicones, unas veces elevando la voz para que se les siguiera escuchando y otras entre sollozos que no podían controlar ante la imagen sagrada de la Virgen del Rocío.

Por más púlpitos a los que hayan subido para proclamar el Evangelio, para llevar el mensaje del Pastorcito Divino a la gente, no hay uno tan especial que transmita tanto como cuando se les ve tan grandes y tan niños, cada vez que la Virgen del Rocío se pone delante de ellos y frente a frente, en lo que dura una Salve, se dicen tantas cosas.

Me acordé en la procesión de los Sacerdotes que han pasado por mi vida, pisando fuerte y dejando huella. Y le di las gracias a la Virgen por haberlos puesto en mi camino y porque en ellos reconocí al Pastorcito y me ayudaron a crecer interiormente y aun hoy, me siguen hablando de Rocío y del Pentecostés en el que ha de convertirse cada día de mi historia, sin perder la confianza jamás y enarbolando mi Fe en todo lugar y en toda circunstancia.

Francisca Durán Redondo
Dirección periodicorociero.es