Jesús iba por las ciudades y pueblos enseñando

Las lecturas de la Misa de hoy tienen el eco de una homilía de San Cesáreo, que en relación de las mismas, expresó en su vida pastoral, y que hoy vuelven a ser actuales y compartimos con los lectores de periodicorociero.es

Jesús iba por las ciudades y pueblos enseñando

Prestad atención, hermanos muy amados: las santas Escrituras se nos han transmitido, por decirlo de alguna manera, como si fueran cartas venidas de nuestra patria. En efecto, nuestra patria es el paraíso; nuestros padres son los patriarcas, los profetas, los apóstoles y los mártires; nuestros conciudadanos son los ángeles; nuestro rey, Cristo. Cuando Adán pecó, nosotros, por así decir, fuimos echados al exilio de este mundo. Pero, puesto que nuestro rey es fiel y misericordioso mucho más de lo que se puede pensar o decir, se dignó enviarnos, por mediación de los patriarcas y profetas, las santas Escrituras, como si fueran cartas de invitación mediante las que nos invitaba a nuestra eterna y primera patria… Por su inefable bondad nos ha invitado a reinar con él.

En estas condiciones, ¿qué idea se hacen de ellos mismos los servidores que no se dignan leer las cartas que nos invitan a la bienaventuranza del Reino?... “El que ignora será ignorado” (1C 14,38). Ciertamente, el que, por la lectura de los textos sagrados descuida negligentemente buscar a Dios en este mundo, Dios, a su vez, rehusará admitirlo en la bienaventuranza eterna. Con razón debe temer que se le cierren las puertas, que se le deje fuera con las vírgenes necias (Mt 25,10) y que merezca escuchar: “No sé quiénes sois; no os conozco, alejaos de mí, todos los que habéis hecho el mal”… El que quiere ser favorablemente escuchado por Dios, debe comenzar por escuchar a Dios. ¿Cómo tendrá cara para querer que Dios le escuche favorablemente, si le hace tan poco caso y descuida leer sus preceptos?