Me alegro de haber nacido rociero

Me alegro de haber nacido rociero, porque mis padres, cuando yo nací, ya llevaban tres años yendo al Rocío. Ellos me cuentan que esos eran sus inicios como rocieros, y que iban en un autobús el domingo por la mañana para volverse el lunes por la tarde. Al medio día del domingo el autobús estaba abierto como si fuera una casa, para que la gente pudiera coger sus bolsos de comida, sus mesas y sillas y compartir con las otras familias el día. Después el personal iba o venía de la ermita, daban su paseo por el Rocío, asistían al Rosario y a esperar que la Virgen saliera. Por la noche las personas más mayores descansaban un rato en los asientos del autobús, que ahora son más cómodos, pero antes no tenían ni reposapiés ni se estiraban hacia atrás y si lo hacían era un poco solamente. En fin, que procedo de una familia rociera que no hacía el camino ni tenía intención de hacerlo, pero que se buscaba sus mañas para ir al Rocío a ver a la Virgen y ese es el Rocío que yo también conocí.

Mis padres dicen que cuando nací, lo primero que pusieron sobre mi pecho fue un escapulario de la Virgen del Carmen y en mi cuna me esperaba colgada en una de sus barras una medalla de la Virgen del Rocío. Son las dos imágenes que siempre he visto en mi casa y que cuando me casé también quise que estuvieran en la mía.

De más jovencito tuve mis dudas sobre la religión, pero más que nada porque los compañeros de instituto eran más pasotas y los chavales siempre queremos parecernos a la mayoría, pero cuando estaba cerca el Rocío y mi madre ya pensaba en lo que tenía que comprar y en qué iba a guisar para llevarse sin que se le estropeara la comida en el autobús, al final siempre terminaba yendo al Rocío con mi gente.

Después ya hice el camino, mis padres continúan igual que al principio, pero yo tenía ganas de saber qué era el camino y lo hago casi todos los años, siempre que el trabajo me lo permite y es una maravilla, pero para mí lo más maravilloso es la salida de la Virgen, su procesión, el encontrarla en su paso cuando llego y una serie de cosas que me llenan el corazón y me obligan a hacerle ver a mis hijos lo que mis padres me hicieron ver a mí para que yo siga siendo rociero, igual que desearía que ellos también lo sean cuando se hagan más mayores y formen sus propias familias.

Mi intención es que confíen en la Virgen como hemos confiado su madre y yo para salir de muchos boquetes y que no tengan la imagen de unos padres que no se perdían el Rocío porque se lo pasaban muy bien, sino porque iban a acompañar a la que les daba fuerzas y les ayudaba durante todo el año.

Con que se aprendan eso, ya me daría por satisfecho de que pude enseñarles algo bueno.