¿Estaré rezando bien?



¿Cómo debería rezar, Madre? ¿En qué fallo cuando, por más que insisto, no consigo aquello que quiero?

Más de una persona debe haber formulado esta pregunta a la Virgen en algún momento.

Ya sé que me podrías contestar que lo que yo quiero no tiene por qué quererlo Dios. Que sus planes y los planes de cada uno en particular distan a veces más de lo que nos parece. Pero ¿qué es entonces lo que lleva a unos a conseguir lo que piden y a otros no?

Yo respondería que es la Fe. Pero ¿significa eso que no tenemos Fe suficiente si no logramos la meta?

Otra respuesta podría ser que Dios nos pone a prueba, pero también podríamos pensar: si Dios es misericordioso, bondadoso y lleno de amor, ¿tanto le iba a gustar poner a prueba hasta el extremo a alguno de sus hijos?. Y otra vez yo me inclino por responder que algo esconde aquí la Fe si somos capaces de llevarla hasta sus últimas consecuencias.

Te puede parecer una locura, pero yo creo que afianzar nuestra confianza en Dios siempre trae cosas buenas, tarde o temprano las trae y siempre son mayores de las que nosotros esperamos.

Aunque, a veces, no entendamos nada poco perdemos si, en lugar de compadecernos, de maldecir, de enojarnos con nosotros mismos, con la Virgen del Rocío o con Dios, optamos por hacer justo lo contrario, por elevar una oración de alabanza en esas situaciones donde lo que más te sale del corazón es un grito de desesperación y de angustia.

Poco perdemos si en lugar de decirle: “No puedo más”, transformamos la oración para darle las gracias: “Gracias, Madre, porque sé que Tú, que me quieres tanto, no puedes estar lejos en estos momentos, más bien estás ayudándome ya a encontrar soluciones, a hacer que de la debilidad salga la más grande fortaleza. Gracias, porque Tú actúas siempre a nuestro favor y jamás estarías de espalda a nuestros ruegos, que ponemos en tus manos”.

Poco perdemos porque, de entrada, se recupera la calma; si no se recupera al completo, al menos ese instante en el que confirmamos que, contra viento y marea, seguimos confiando, le estamos dando a Dios la llave para hacer a su antojo y lo que a Dios se le antoja nunca es un mal, siempre es inmensamente bueno.

Si lo ponemos en práctica nos ganaremos un rato de paz y en el acto estaremos recibiendo la recompensa de la Fe, que si no es visible de inmediato de forma física, ¡qué grande debe ser lo que nos aguarda que no cabe en un segundo!. Seguro que nos ha merecido la pena haber esperado el tiempo de Dios. Y ese tiempo ya ha llegado.

La Virgen del Rocío es buena Maestra para enseñarnos a rezar, es educadora de corazones y evangelizadora del Pastorcito Divino.

Recuerda que los que creen reciben de acuerdo a la Fe que tienen. No pierdas la Fe. ¡Cree!

Francisca Durán Redondo