Palabrería barata




Es desconcertante la cantidad de personas que se erigen maestros de todo y de todos. Se limitan a corregir continuamente, de casi cualquier tema dan reiteradas lecciones y acostumbran a mantener en vigor aquel viejo dicho: “Eres el maestro liendre, que de todo sabe y de nada entiende”.

Tienen, además, una palabrería barata, pronta en adular y regalar el oído, lo que viene siendo conocido como el típico “pelota”, que casi siempre acaba encontrando buenos receptores (porque también está el individuo al que le gusta ser peloteado), y en ese toma y dame se sienten como pez en el agua, libres para hacer lo que mejor se les da.

Si a uno de estos le dices que vas a empezar un trabajo, te aconsejan hasta del modo que tienes que ir vestido. Si le cuentas que estás en paro, son los dueños de la llave mágica que abre la puerta del empleo. Si le compartes que vas a crear una empresa, te da las pautas que debes seguir para que tenga éxito. Y así, uno a uno, podríamos poner cientos de detalles que dibujarían a la perfección a estos personajes “sabelotodo” a los que les gusta que se les siga la corriente, y es una buena técnica, además, para que te dejen tranquilo.

También existe la palabrería barata en las religiones. No es nada complicado encontrarte con alguien que parece ser el más católico del mundo, el más cristiano, el más cofrade, el más rociero… Se esfuerzan en demostrarlo, más que en vivirlo, y se rasgan la camisa defendiendo hasta lo indefendible.

Hay que saber tomar distancia de todas las situaciones por las que se pasan, hay que saber tener una mirada objetiva y coherente, hay que tener los pies en el suelo sin dejar de poner la mirada en Dios, que es en verdad el único que lo puede todo, y escapar de esa palabra que casi nunca va acompañada de hechos, sino que en un plano general choca con la forma de vida que proclama como la mejor.

No lo digo yo, lo dice el nuevo testamento, si la palabra no se traduce con hechos no sirve de nada, estaríamos hablando de una fe estéril, de un mensaje vacío.

Los rocieros tenemos mucho que aportar en ese terreno. Tenemos que saber poner freno a ese río de palabra inútil, y quedarnos con las que realmente nos acercan a Dios, acoger en nuestros corazones la palabra y los hechos que nos muestran qué es ser hijos de la Virgen del Rocío para que “por nuestros hechos nos conozcan”.

Cuando tengamos un ratito de silencio y tranquilidad, un momento en el que podamos apartarnos del ruido y de toda distracción, preguntemos a la Virgen del Rocío cómo han de ser nuestras palabras, cómo hemos de actuar con nosotros mismos y con nuestro prójimo, cómo podemos llevar al Verbo hecho carne allí donde vayamos. Con su ejemplo podremos acertar en nuestra comunicación con los demás, para que lo que digamos y hagamos no caiga en saco roto, sino que sea una puerta abierta al corazón del Pastorcito Divino.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es