Amor a la Virgen

El artículo de hoy sábado, día en que como saben nuestros lectores de periodicorociero.es, dedicamos a los artículos históricos, seleccionados por nuestro colaborador Antonio Díaz de la Serna, está escrito por Juan M. Lagares. Se publicó en la Revista Rocío en octubre del año 1962.

Almonte siente en lo más profundo de su ser, el amor a su Excelsa Patrona, este amor se ha ido acrecentando a través de los tiempos, lo han ido conservando como un depósito sagrado, que ha sido transmitido de padres a hijos durante muchas generaciones; por lo cual, el almonteño tiene su forma peculiar de ser, de sentir y de vibrar, al influjo de tan singular belleza.

Si heredamos los caracteres físicos y psíquicos, etc, si somos producto del hogar y del medio ambiente en que vivimos, no le extrañe a nadie que el almonteño vaya modelándose desde que recibió las primeras impresiones, hasta convertirse en un hombre henchido de acendrada fe, que exterioriza, con el ímpetu de su naturaleza saturada de amor y confianza, en la que tanto padeció viendo morir a su Hijo muy amado, en el monte Calvario. Nunca olvidará las Salves, que aquella mujer buena que le dio el ser, le enseñó a rezar con la mirada fija en aquel cuadro colocado en la cabecera de su cunita, ni la emoción de sus mayores, al narrarles milagros portentosos obrados por nuestra Madre y Señora a favor de sus hijos. A medida que crece, va adentrándose en el amor rociero; todo lo que vibra a su alrededor le habla de aquella Virgencita que se apareció, POR DESIGNIO DIVINO en unos breñales inhóspitos; a la cual los primeros rocieros honraron erigiéndole una pequeña capilla, y que hoy es aspiración unánime la construcción del gran Santuario rociero. Todas estas, y muchas más impresiones, van grabándose en su conciencia, dejándole huellas que sólo la muerte será capaz de borrar. Este amor, esta inclinación a rendir pleitesía a Nuestra Señora, aflora al exterior en todo momento y en todo lugar: Sucedió una vez en Cádiz al correr el año 1938, que al regresar de la playa en un tranvía, unos soldados almonteños, tropezaron con una procesión, al oír que se trataba de la Virgen del Rocío, (Patrona de Extramuros), sin ponerse de acuerdo y como impulsados por un resorte interior, se arrojaron del tranvía, y sin poder contener el amor a su Blanca Paloma, prorrumpieron en Vivas de entusiasmo, y aquel día, ante el estupor de los gaditanos que allí se encontraban, la Imagen de Nuestra Señora del Rocío (que se venera en la Iglesia de San José), supo de unos hombros almonteños dispuestos siempre a sostenerla en cualquier lugar, donde encuentren a Nuestra Madre del Cielo. Aquel clamor desbordante, pronto se contagió a los gaditanos, siendo único el delirante homenaje rendido aquel día a la Virgen del Rocío.

Es para los almonteños el lunes de Pentecostés, el día Grande, sublime por antonomasia en que van a recibir sobre sus hombros, la carga más preciada, que como sutil pluma, impulsada por el ardor de sus corazones, va a navegar entre un mar de lágrimas y emociones: “la Virgen de sus amores, la Blanca Paloma”.

La noche del Domingo, es un continuo peregrinar hacia la Ermita, muchos almonteños lo hacen a pie, pero todos poseen las mismas ansias de llegar, para postrarse a los pies de la Reina de sus corazones, y rezarle una Salve, que le sale del fondo del alma, y que es como una proyección de todo su ser, porque no sólo le habla su espíritu sino sus músculos tensos; toda su humanidad que se hace alma para decirle en un viva muy fuerte, el amor que le profesan, las ansias que tenían de verla y de llevarla sobre sus hombros, porque se acerca la hora grande, en que los nervios vibran, los corazones galopan y los ojos se llenan de lágrimas; los almonteños también lloran cuando se postran a sus plantas, y cuando la pasean con mimo sobre sus corazones por aquellos anchurosos arenales que tanto saben de plegarias, de amor, de ilusión y de esperanzas. La espera se hace opresora, es un continuo peregrinar hacia el Trono de la Señora, unos gritan con vivas que atruenan el espacio, otros le miran extasiados, sudorosos, mudos por la emoción, ajenos a todo lo que les rodea, pero subyugados por ese raudal de espiritualidad que derrama la Virgen más Guapa del Mundo, sobre sus hijos predilectos, que en su muda charla saben decirle tantas lindezas. El momento de pasar de su Trono a los hombros de los almonteños es indescriptible, sólo los ángeles podrán cantarlo en el Cielo, pues en la tierra es humanamente imposible. La emoción que se apodera de los corazones cuando éstos quedan saturados de ese rocío celestial que derrama la Señora, hace que la lucha por acercarse a Ella, sea titánica, agotadora, en ello ponen los almonteños toda su fe, bravía si se quiere, pero sincera y arrolladora; esta entrega desinteresada sólo tiene una compensación, EL BIENESTAR ESPIRITUAL, que para los hijos predilectos de la Virgen son plegarias que los Ángeles elevan al Cielo formando un pedestal del pétalos de rosas a los pies de María Santísima. Por lo cual, qué importa el dolor físico, nuestro cuerpo maltrecho, la carne desgarrada, cuando nuestra alma salta gozosa de amor y nos vivifica el rocío celestial cuando quedamos agotados, exhaustos, sin fuerzas, pero con una fe viva y ardiente en nuestros corazones, que hace que nos recuperemos rápidamente y con viva en los labios volvamos aún con más ímpetus a ofrecernos en holocausto a la Señora. Esta procesión es un acto universalmente único, es un “desorden”aglutinado por la fe y el amor, no existe ni ha existido ni existirán dirigentes ni dirigidos porque a todos les impulsa la misma palanca, la Fe que hierve en sus corazones; por lo cual no se puede aunar esfuerzos y son ímpetus disparados que a veces se contrarrestan y anulan, pero siempre con una resultante: La mayor gloria de esa Estrella de las Marismas, que se pasea triunfante a hombros de los almonteños, sin que sus divinas plantas se posen en la tierra, porque los Ángeles, que también se han dado cita para cantar las Glorias de María, extienden una alfombra de lirios y clavellinas a su paso.

Quien no conozca el Rocío, y aquellos que no sepan beber en sus entrañas mismas, o padezcan cegueras total, o parcial por su ofuscación se preguntarán sorprendidos: ¿Qué clase de hombres son esos que llegan hasta la anulación de su personalidad por amor? Le responderá la realidad clara y transparente, que pertenecen a todas las clases sociales, que son hijos predilectos de la Blanca Paloma, que fueron elegidos por Ella misma, cuando se le apareció al cazador en los matorrales almonteños y permitió que desde siglos, pudieran demostrar al mundo con una fe marismeña y bravía, cómo se quiere en España a la Reina de los Cielos.

Juan M. Lagares Coronel