El roce de su saya

De todas las cosas que tengo de la Virgen del Rocío, hay una medalla que tiene, para mí, un valor sentimental tan grande, que el mero hecho de pensar que tuviera que desprenderme de ella, me causa verdadera tristeza.

Es una medalla que no me canso de mirar. Creo que la miro mucho más de lo que me la pongo y, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en guardianas de mis confidencias.

Me ayuda tenerla en mi mano, me siento profundamente protegida por aquella a la que llamo tantas veces a lo largo del día. Y hoy, muy temprano, bastante temprano, justo antes de escribir las primeras líneas de este editorial, he abierto la pequeña cajita en la que está guardada y, al cogerla, y al besarla, he tocado la saya de la silueta en relieve de la Virgen del Rocío, garantizando así que sigo cogida a su manto, tirando de él para llamar su atención, para que me mire, para que acuda como fiel intercesora de esta nueva semana que emprendemos y a la que recibimos con los brazos abiertos, confiando en que su presencia ante Dios, siempre es para abogar por nosotros, para pedirle con la dulzura que a nosotros nos falta, que se apresure a allanarnos los caminos, a facilitarnos las cosas, a acarrearnos las soluciones acertadas para cada situación y para cada momento.

Creo que este va a ser un día hermoso, portada de otros que están por venir llenos de bendiciones, umbral de nuevos retos que nos traerán cosas buenas y positivas, dintel que nos hará encontrar la principal causa de nuestra alegría.

Tú me escuchas y piensas “Dios te oiga”. Yo te intuyo y te digo “Tranquilo, tranquila; todo va a ir bien”.

Rozar su saya es presagio de bienaventuranzas.

Confía, que vamos en buenas manos.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es