Sanando desde adentro




A veces hay que atreverse a llegar tan lejos como podamos, a lo más hondo de nuestro ser, y dejarnos sanar desde adentro.

Quedarse solo en la periferia de lo que duele, es tapar el agujero con un parche, pero no es la mejor forma de atajar las heridas del alma para cerrarlas definitivamente.

¿Os habéis fijado en el asfaltado de las carreteras? Cuando se reabren viejas grietas, se vuelve a verter alquitrán, se maquilla la superficie hasta que, otra vez, transcurrido el tiempo, se reabren nuevamente. Es lo más fácil. De otro modo habría que levantar la carretera entera, grieta a grieta, tramo a tramo, para restaurarla desde sus cimientos.

Y así ocurre con nosotros, necesitamos llegar a lo más hondo de nuestro ser para sanar viejas heridas, para que queden completamente selladas, sin ningún orificio por el que pueda volver a colarse el dolor o el sufrimiento que nos provocan.

Sanar desde adentro es liberar el alma, rescatarla de prisiones que oprimen, ahogan y mortifican.

Y en ese proceso de conversión y de querer que todo se ordene por dentro, es de gran ayuda mirar a la Virgen del Rocío, porque en sus ojos hay sanación. Su mirada es un bálsamo de paz, sus manos son el sostén de nuestra fe, su rostro es el alivio de nuestros pesares, y en su corazón tenemos el descanso de todas nuestras inquietudes.

Contar con Ella es la mejor medicina, porque su intercesión es una puerta segura a la sanación plena, de cuerpo, de alma, de espíritu, de mente… Una sanación que, desde adentro, nos hace sentirnos nuevos y salvados.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es