Tú sí que eres tóxico




Como está tan de moda sacudirse de encima a “la gente tóxica”, -algo en lo que parece que todo el mundo ahora se ha vuelto experto-, hoy quiero dedicar mi editorial a este tema que me parece de lo más interesante, porque lo cierto es que es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno para eludir la responsabilidad de quitarnos la viga que nosotros mismos soportamos.

No digo que haya relaciones tóxicas, que las hay, situaciones que se vuelven una espiral de contradicciones de las que es importante salir y circunstancias miles que son dignas de desintoxicación. Pero parece que en la actualidad le haya entrado a la gente una imperiosa necesidad de dejar lo tóxico, una urgencia repentina que, tras ponerse tan de moda la palabra, especialmente, en las redes sociales, trae de cabeza a más de uno.

Me doy cuenta de cómo las personas se dejan influir tan a la ligera de páginas que, bajo el disfraz de “coach” o de “psicólogo”, te van atrapando lentamente, acaparándote para hacerte descubrir otras religiones, (sin que te des la más mínima cuenta), otros métodos, otras formas de meditación, para irte alejando de tus raíces, de tus cimientos…

Te dicen exactamente lo que quieres escuchar y, claro, para que te vaya bien la vida, te sugieren sutilmente que pienses en ti y solo en ti, que tú eres el impoluto y los demás son los que están saturados de “toxinas”. Lees distintas situaciones por las que, en algún momento de la vida, todos pasamos y te sientes identificado con la parte “buena”.

No está de más recordar que lo tóxico empieza por uno mismo. Que todos somos unas veces víctimas, pero otras también somos verdugos y que es importante retornar a nuestros valores para recomponer nuestras partes rotas o debilitadas.

Cuando escucho a personas decir: “No quiero a gente tóxica en mi vida”, yo me pregunto si están igualmente dispuestas a ser “rechazadas” de golpe en cuanto tengan un día de mal humor, una respuesta hiriente hacia alguien, una mirada de desprecio, un gesto de indiferencia, una actitud altanera… Y me pregunto también si no están viviendo en un mundo de fantasía donde nada hay desagradable y todo es maravilloso, sin piedras en el camino, sin montañas que subir, sin pruebas que superar.

La sabiduría que hay en la Palabra de Dios, en el Evangelio, tiene todas las claves para esa restauración del corazón. Y resulta que, hasta los propios cristianos, se dejan arrastrar por esta nube de la que deberíamos bajarnos.

¿Y qué pinta todo esto en una editorial rociera?
Es la primera pregunta que me hice cuando sabía que quería abarcar este tema, integrando la fe, el corazón y la cabeza; buscando el equilibrio entre la espiritualidad, las emociones y los sentimientos, y la psicología.

Porque desde nuestra fe, con esa confianza con la que imploramos a la Virgen del Rocío su presencia y su ayuda, siendo conscientes de lo que nos impide poner en valor los dones que se nos han dado (los defectos), y aprovechando la bondad que todos llevamos en el corazón y que se pueden transformar en palabras y hechos (las virtudes), con toda esa vorágine interior, a la luz de Dios, es cuando nos damos cuenta de su inconmensurable amor, de su omnipotencia, y del estremecedor mensaje de su Hijo Jesús, que vino a redimirnos a todos y a decirnos justo que él vino y sigue viniendo a sanar a los enfermos, a perdonar a los pecadores, a liberar a los oprimidos, a socorrer a los pobres, a consolar a los que sufren… ¿No eran también esos los tóxicos de su época?

Claro que todos queremos una vida de cuento de príncipes y princesas, con hadas madrinas que hacen realidad nuestros deseos, con hijos, hijas, padres, madres, hermanos, hermanas y amigos perfectos. Pero no vivimos en “yupilandia”, el país del “tanto tienes, tanto vales”, la nación en la que crecen más tontos por centímetros cuadrados, porque no, no somos perfectos, pero a pesar de esas imperfecciones, Dios nos quiere. Y así deberíamos sentirlo cuando miramos el rostro pacífico, sanador y liberador del Pastorcito Divino.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es