Enseñar a un hijo a ser rociero




Es muy frecuente oír de padres primerizos que desean que sus hijos sean rocieros. Cuando nacen los llevan a la ermita a presentarlos a la Virgen, cuando dan sus primeros pasos se ponen locos de contentos al contemplar a sus niños subir y bajar la escalinata, elevando hasta las alturas sus piernas diminutas para pasar de un escalón a otro y sujetando con sus pequeñas manos, -unas delgadas y otras regordetas-, algún barrote de la reja mientras simulan estar rezando con un movimiento de labios que, váyase usted a saber lo que intentan decir.

Los padres y las madres se quedan embobados con esas escenas y aprovechan para decirle a la Virgen que los cuide, que los mime, que ponga detrás de ellos a un Ángel de la Guarda que los proteja ante cualquier peligro.

Pero ¿saben a lo que se exponen al desear que sus hijos sean rocieros? Ser rociero, amén de ser un fiel devoto de la Santísima Virgen en su advocación de Rocío, implica importantes responsabilidades que, justo por ese amor, debe poner en práctica sin importarles el qué dirán, aceptando el posible sacrificio que eso supone, viviendo un camino que dura toda la vida y recogiendo en sus manos el legado de la Virgen que no es otro sino el mensaje del Pastorcito.

Desde pequeños se les inculca que rían, que bailen y a los más atrevidos, incluso que canten, pero entre sonrisa y carcajada, entre baile y cante, también deben irse impregnando de la herencia de la Fe, sin la cual ser rociero no sirve de nada.

Los niños son los mejores receptores que existen, se alimentan para crecer físicamente, pero de igual manera se alimentan y van configurando su personalidad de lo que ven, escuchan y aprenden. Por eso es imprescindible que no se les confunda, que se les diga que el Pastorcito Divino es el camino, la Verdad y la Vida, que se les enseñe que ser feliz se consigue amándose a sí mismo y al prójimo, que el mundo puede cambiar en la medida en que nosotros hacemos posible ese cambio, que los valores de la solidaridad, el respeto, la justicia, el amor y todo lo que se deriva del amor son las garantías más fiables con las que se pueden encarar los desafíos y culminar los retos.

Y todo eso y mucho más hacerlo con alegría, que es posiblemente la tarjeta de visita más hermosa con la que cuenta el rociero: su alegría.

Los niños hacen felices a cuantos tienen a su alrededor. Si tú eres rociero y deseas que él lo sea, enséñale a canalizar esa felicidad, fruto de la inocencia, y dile que más adelante, cuando los golpes propios de la vida le muestren que la edad adulta te obliga a andar con cautela, será el tesoro que recibió de niño, la Fe que le dijiste que no perdiera bajo ningún pretexto, lo que le ayude siempre a caminar.

Ahora, simplemente, cógelo de la mano para que siga rezando a la Virgen a su modo. Seguro que, a pesar de cuanto deseas enseñarle, en esos instantes él te habrá enseñado mucho más a ti.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es