Silencios que hieren




A pesar de que el silencio nos predispone a escuchar con más claridad la Palabra de Dios, hay otros silencios que se buscan para herir a las personas.

Nada tiene que ver el silencio que se necesita para la oración, la soledad que convertimos en nuestra mejor compañía, con esos silencios que llegan de personas que hacen todo un esfuerzo para que notes su indiferencia.

Se pueden notar esos silencios, incluso, en las redes sociales, el gran escaparate de la hipocresía, donde muchos se aman con exclusividad y, otros, con la misma exclusividad, tiran balas con palabras dañinas, rebuscadas hasta encontrarse en cientos de páginas que te dicen aquello que tú quieres oír y que con tu propio vocabulario serías incapaz de decirlo. Digamos, que hay quien se toma la molestia de dar con una frase retórica que es una flecha directa a alguien.

Cuando ves ese tipo de actitudes en personas que dicen llevar una vida cristiana, y son practicantes de su religión, te llevas las manos a la cabeza y te planteas algunas cosas, como por ejemplo, ¿cómo se está traduciendo el mensaje de Jesús? Y es que creo que lo hemos edulcorado tanto, que hemos querido explicar el Evangelio de tantas maneras, que al final cada uno tiene un Evangelio a su medida, lo que significa que no hemos entendido nada de cuanto Él nos ha enseñado y nos sigue enseñando.

Porque los tiempos están ahí, y las personas vamos pasando por unas u otras épocas y el Evangelio sigue siendo tan actual como hace veintiún siglos. Tiene tanta fuerza, tanta verdad, tanta vida, que sería el mejor de los caminos si estuviéramos dispuestos a recorrerlo con todas sus consecuencias, y no con la mediocridad a la que nos hemos acostumbrado.

Hay silencios que hieren, que van a hacer daño, y que descubres en las personas de las que menos te los esperarías. Hay tantos malos entendidos, que si fuéramos más valientes para desenmarañar la tela de las redes en las que caemos, todos seríamos más felices y todos estaríamos más cerca de vivir con autenticidad el mayor de los misterios, el del amor desinteresado, del que nos habla San Pablo en su Carta a los Corintios.

Ojalá, en esos ratos de oración, en los que el silencio es imprescindible, ayudados por la luz de la Virgen del Rocío, fuéramos capaces de escudriñar nuestros corazones para ver qué hay en ellos que enturbian que llevemos una vida evangélica acorde con la sociedad que nos ha tocado vivir. Ojalá Ella, que llena de paz los silencios, nos permita con su Rocío discernir entre los silencios que se llenan de Dios y los que nos apartan completamente de Él.

Francisca Durán Redondo
Directora de periodicorociero.es